MARCO ANTONIO MÖNGE ARÉVALO /
Todo comenzó semanas antes del 20 de agosto de 2009. A pie, dos hombres rondaban la casa de Armando Chavarría, vestidos con playera y gorra, de aspecto costeño; uno de ellos se sentó a disfrutar la sombra y el otro, de pie, fumaba mientras jugaba las ramas de un árbol ubicado en un terreno baldío a los alrededores de la residencia de Chavarría.
Las ramas de aquel árbol podían cubrir los rayos del sol, pero no la mirada de un vecino que observaba los movimientos de aquellos hombres de aspecto sospechoso. Los individuos al sentirse observados se retiraron.
De complexión robusta de entre 25 a 35 años, los hombres regresaron días después al domicilio ubicado en la calle Horno número 1 del mismo fraccionamiento, en la capital guerrerense. Los tipos planeaban la estrategia. Cazaban a Chavarría. La muerte rondaba en ese lugar: vestía gorra y playera.
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Aquel jueves hacía más frío de lo normal para la época, era el efecto de una ligera lluvia que había caído por la madrugada. Armando Chavarría Barrera ya se había recuperado de una infección estomacal que días antes lo obligó a interrumpir su rutina de ejercicios. Se dispuso a retomar su hábito. Sabía que valía la pena ejercitarse. En los últimos años había decidido cuidar su imagen. “Las mujeres aprecian a los hombres que se mantienen en forma”, le dijo su entrenador.
Así que se dispuso subir a su auto para acudir al gimnasio Atlético Americano, al tiempo alcanzó a observar los restos de agua en su automóvil producto de la llovizna; se subió abrazado por el paisaje de aquel lluvioso verano, con su dedo índice presionó el botón para bajar el cristal izquierdo de la pesada puertezuela de su Volkswagen Bora, de color gris, acomodó su maleta deportiva en el asiento del copiloto; apretó, con su pie derecho, el pedal del freno. Pensó poner en marcha el vehículo.
Las actividades que estaba realizando redujeron el campo visual de Armando, por lo que fue incapaz de observar la repentina salida de un sujeto que se encontraba oculto atrás de un árbol, mismo arbusto en el que días antes el sujeto había tomado la sombra y fumado de pie, junto a su cómplice.
Chavaría aún no lograba insertar la llave en el switch de encendido, cuando la tranquilidad cotidiana de aquel fraccionamiento se vio interrumpida por el ruido de un arma de fuego, el sujeto accionó su 9 milímetros del lado de la puerta donde Armando apenas había logrado poner su mano izquierda al volante; dos de esos disparos acertaron en su abdomen, uno más en el brazo izquierdo; maltrecho, Chavarría, sin pensar que su acción resultaría inútil para escapar de su agresor, intentó refugiarse del lado del asiento del copiloto; al ver esta acción el cómplice accionó su pistola tipo escuadra calibre .380 para acertar dos veces en el parabrisas del Bora gris y una en la ventana del copiloto, pero estos disparos no lograron herir al legislador; por ello, el hombre de la 9 milímetros acercó su brazo para accionar su arma por última vez, de manera certera dio en la frente del perredista. Fue el tiro de gracia.
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Luego que dejó de llover, aproximadamente a las 06.30 de la mañana, un habitante de esa zona escuchó varios “ruidos en repetidas, ocasiones como si golpearan una lámina”. Al tiempo que contenía los nervios, pensaba que posiblemente robaban la casa de su vecino, pasaron algunos minutos antes de que decidiera salir a verificar qué pasaba. Cuando alcanzó la calle, frente a su domicilio, encontró la zona desolada, la casa de su vecino sin novedad. Temeroso decidió refugiarse en su habitación. Vio nada.
Casi media hora después, cerca de las 07:00 horas llegó su hermano, estacionó el vehículo en el que se transportaba, con poco aliento, agitado y en tono nervioso le comentó que habían matado a una persona en la calle de abajo. Ante esto, los dos hermanos se armaron de valor y bajaron a pie al lugar en el que momentos antes había pasado uno de ellos en su automóvil y se había cerciorado del asesinato.
Ambos hombres caminaron algunos metros y confirmaron que junto a la casa de su vecino Armando Chavarría se encontraba en el interior de “un vehículo color gris, una persona del sexo masculino privado de la vida, con un balazo en su frente y que el vehículo presentaba varios impactos de bala”.
Ellos fueron las primeras personas en llegar al lugar, se asomaron a discreción, tan discretamente que “pensaron que se trataba del chofer” de Chavarría a quien habrían asesinado. Observaron cómo las balas perforaron en dos ocasiones el parabrisas del lado del copiloto, perforaron y agrietaron el cristal del mismo lado e hicieron orificios en la puerta izquierda del conductor. Entre los asientos del piloto y copiloto, ya inerte un cuerpo. Pero, por la lejanía, no podían identificarlo.
Cerca de las 07:05 decidieron regresar a su domicilio. Nervioso uno de ellos sacó un teléfono celular, a esa hora dio aviso al número de emergencias 066 de “que habían matado a una persona junto a la casa de Chavarría”.
Los dos hermanos nunca vieron vehículos o personas sospechosas en el lugar. Los asesinos tuvieron más de media hora para escapar sin problema alguno. Bajo las declaraciones ministeriales de estos vecinos, la escena del crimen estuvo más de media hora al descubierto.
Metros arriba de la casa de Chavarría, otra vecina llegaba a su casa luego de ejercitarse. Apenas se disponía a cerrar la puerta de su domicilio, cuando de pronto escuchó varios disparos; pero no le dio importancia ya que por la zona vive Erit Montufar Mendoza, quien fuera subprocurador de Averiguaciones Previas en Guerrero, pensó que eran sus vecinos quienes habrían accionados sus armas, porque en ese lugar “viven varios judiciales que en ocasiones disparaban al aire”.
Se tomó un momento para reflexionar. Pensó en que los disparos que escuchó fueron realizados al aire. Ya en su domicilio, subió a su recámara para darse una ducha y cambiarse de ropa, fue cuando escuchó que accionaron el motor de un automóvil; de manera sigilosa se asomó por la ventana de su alcoba “para ver si no era su vehículo el que habían arrancado, al observar por la ventana recordó que su vehículo se encontraba dentro de su domicilio”.
Desde ese punto pudo observar que el vehículo que se encontraba con el motor encendido era un volkswagen, color blanco, con salpicaderas “color morado”, como las que utilizan los taxis en Chilpancingo, “un poco decoloradas”. El color oficial de las salpicaderas de los taxis de Chilpancingo es rosa mexicano.
Casi a 12 metros de distancia observó que al automóvil subieron dos hombres con “gorra tipo de beisbol, en colores opacos; uno de ellos era robusto, con chamarra de tela de color beige, aproximadamente 1.60 metros de estatura, de entre 30 y 35 años”.
La mujer dirigía la mirada a los hombres, el hombre robusto nerviosamente volteó hacia su lado derecho al momento que se subía al automóvil, como buscando a alguien. La vecina no pudo verle la cara; el otro sujeto —de complexión atlética, un tanto fornido de 27 a 30 años, estatura 1.70 metros aproximadamente— le siguió a su compañero para ascender al auto.
Luego, las personas identificadas por la vecina de Chavarría abordaron el vehículo y se dirigieron hacia la colonia Guerrero 200, asentamiento humano que se ubica al costado del fraccionamiento Lomas Diamante.
Aproximadamente 15 minutos después de que los sujetos se retiraron, la mujer recibió una llamada telefónica. Era una de sus amigas quien le dijo que “había escuchado en las noticias de la radio, que acababan de privar de la vida a Armando Chavarría”.
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Luego del reporte al 066, pasadas las 07:00 horas de ese trágico día, el secretario de Seguridad Pública Municipal, Bonifacio Montúfar Mendoza, recibió un aviso del Centro Estatal de Control, Comando, Comunicaciones y Cómputo (C4), que afuera de la casa de Armando Chavarría “estaba una persona privada de la vida, en un vehículo Bora color gris”.
En ese mismo momento Bonifacio se comunicó vía radio con Tito Leonardo López Nava—escolta de Chavarría—, para preguntarle si sabía algo de los hechos, éste le contestó que él estaba con la familia de Armando en Acapulco.
Minutos después recibió una llamada del primer comandante de la Policía Preventiva, quien le informó que “el cadáver correspondía al del Lic. Chavarría”.
Su hermano Érit, vecino del fraccionamiento en el que vivía Chavarría, igualmente recibió el mismo reporte del C4, cerca de las 8:00 de la mañana. Minutos después Bonifacio le confirmó que se trataba del exsecretario general de Gobierno.
Días antes, el 16 de agosto, Tito recibió la orden de Chavarría para que se trasladara con su esposa Martha Obeso Cázares al puerto de Acapulco, “porque habían llegado sus familiares, que en ese lugar permanecieron los días 18 y 19”.
Tito confirmó que el 20 a las 07.30 horas, recibió la llamada de Bonifacio. Minutos después de la llamada de Montúfar, tomó la de Rafael Martínez Rodríguez —secretario particular de Chavarría—, quien le confirmó que habían asesinado a su patrón.
Fue a Tito a quien le tocó dar la mala noticia a Martha Obeso —esposa de Chavarría— en el puerto de Acapulco. A las preguntas de Martha respecto al asesinato de su marido, este se limitó a contestar: “No me pregunte más señora, ya vámonos, ya vámonos”.
Ya a esa hora, a las afueras del domicilio de Chavarría, se encontraba un contingente, entre curiosos, prensa, personal de la Procuraduría General de Justicia en el Estado y la patrulla 97 de la Policía Municipal. Fue cuando llegó quien hasta esos días se despeñaba como empleada doméstica en el domicilio de Armando, observó a todos con caras tristes y de asombro, hasta a una reportera que se cree estaba vinculada sentimentalmente con Chavarría, lloraba amargamente por la muerte del presidente de la Comisión de Gobierno del Congreso de Guerrero.