MANUEL NAVA /
Una de las tantas cosas que revelaron las calamidades sufridas a lo largo de septiembre es que existen por los menos dos México en términos geográficos. El del norte y el del sur y lo grave es que el gobierno no sabe qué hacer con los estados de esta última región donde se ubica la franja de pobreza (Oaxaca, Guerrero y Chiapas).
No solo es la línea imaginaria que parte al país. Es algo más profundo que la geografía del dinero en el país. Se trata de un muro de gobiernos locales disfuncionales, cacicazgos inamovibles y corruptos, y sociedades atrapadas en instituciones y visiones del mundo arcaicas, adversas a la legalidad, improductivas y rentistas.
Ahí se estrella la fe en el federalismo y del progreso. En diferentes momentos el gobierno federal asume en contrición una inapelable deuda social, transfiriendo durante décadas volúmenes colosales de presupuestos públicos para políticas sociales sin resultados apreciables.
Hoy es uno de esos momentos y se vuelve a sacar la carta de un impulso focalizado y se anuncia con bombo y platillo la creación de las Zonas Económicas Especiales (ZEE).
Las ZEE nacieron hace más de cincuenta años. La primera se instaló en el Aeropuerto de Dublín, Irlanda, en 1959, pero fue hasta mediados de los 80 cuando se dio el mayor auge de estos corredores económicos. En 1986, la Organización Internacional del Trabajo registró el establecimiento de 176 ZEE en 47 países. Actualmente se habla de más de 3,500 en 130 naciones.
No todas han sido exitosas, incluso algunas han fracasado en sus objetivos principales. En todo el mundo hay más de 4 mil 300 Zonas Económicas Especiales y más de la mitad han fracasado: son elefantes blancos. Apenas son 50 las zonas que califican como éxitos rotundos en todo el orbe. El denominador común de los éxitos es la continuidad en el largo plazo. Eso quiere decir trabajo sostenido por un periodo de 25 o 30 años.
Las ZEE se basan en los convenios de coordinación entre el gobierno federal y los estados y municipios involucrados, quienes se “obligan a coordinarse” entre sí, con la autorización de congresos estatales y los ayuntamientos. La coordinación incluye trámites y regulaciones, ordenamiento territorial, desarrollo urbano, seguridad pública, inversión, educación y otros temas. En el caso de las ZEE, los gobiernos locales se comprometen a compartir o a ceder facultades constitucionales y soberanía.
Entonces el administrador integral en cada ZEE se convierte en un procónsul, responsable de ejercer atribuciones de gobierno, asesorado por un consejo técnico —especie de junta de notables de la localidad. En este caso será Gerardo Gutiérrez Candiani.
El éxito no dependerá de la inversión pública desplegada, sino de la calidad de la inversión privada que se logre atraer. La inversión pública importa, pero no hará la diferencia. De la inversión privada habría que saber si tienen la capacidad y la voluntad de transformar las regiones.
Lo anterior significa que las ZEE pueden terminar como nueva utopía regional El logro del éxito implicaría tener la capacidad de imponer el Estado de Derecho en regiones asoladas por la subversión y la delincuencia, y si catalizan un acelerado proceso migratorio hacia ellas desde zonas rurales pauperizadas, una educación técnica de calidad y la inserción productiva de los migrantes.