*Los estragos físicos y económicos de las familias de los 43 normalistas se han incrementado en estos 5 años, van desde hipertensión arterial, insuficiencia renal, diabetes e incluso fracturas en pies o piernas. Aunque rondan estas enfermedades, las familias continúan su caminar con la exigencia de verdad y justicia
Texto: Jesús Guerrero. Foto: Angie García y Oscar Guerrero
GUERRERO.- A cinco años de la desaparición forzada de sus 43 hijos normalistas de Ayotzinapa, los estragos físicos y económicos han afectado seriamente a los padres y madres que no ceden ante la falta de justicia y vedad.
El 5 de febrero del 2018, falleció de cáncer doña Minerva Bello Guerrero, madre del normalista desaparecido Everardo Guerrero Bello.
Don Tomás Ramírez Jiménez, padre del normalista asesinado a balazos la noche del 26 en Iguala, Julio César Ramírez Nava, falleció el 2 de diciembre del 2018.
Aquella noche de hace cinco años, Julio César junto con Daniel Solís Gallardo fueron asesinados a balazos.
Doña Mine, como le decían a Minerva y don Tomás, murieron sin que el Estado les hiciera justicia.
Por versiones de los propios padres, 19 de ellos, enfrentan graves problemas de salud como hipertensión arterial, insuficiencia renal, diabetes e incluso fracturas en pies o piernas.
El Miclo
En la calle Ignacio Manuel Altamirano, en Apango, juguetean unos cinco perros. A tres casas de la esquina de la calle Álvaro Obregón hay una casa de dos plantas.
Es el hogar del normalista desaparecido Miguel Ángel Mendoza Zacarías, a quien decían de cariño El Miclo.
Con ese sobrenombre bautizó su peluquería y era él mismo quien estaba al frente de este pequeño negocio.
Luego de tocar varias veces, la puerta se abre y sale una señora. Es doña Margarita Zacarías, madre de Miguel Ángel.
“No, no quiero decir nada”. Solo sé que ya son cinco años, y no sabemos nada”, señala. Pide que se hable mejor con su esposo Stanislao.
Apango, cabecera del municipio de Mártir de Cuilapan, es una comunidad pequeña, de lo que sucede aquí todos se enteran.
El caso de El Miclo, por supuesto, nadie lo olvida.
Un chofer de una camioneta Urvan de transporte colectivo de la ruta Apango-Chilpancingo, comenta que Miguel Ángel Mendoza, tenía mucha clientela en su peluquería.
“Todas las tardes hacían cola hasta 20 personas para que les cortara el pelo, eso me consta porque yo iba”, relata.
Menciona que él hace cinco años, manejaba una combi de transporte de la ruta Apango-Tixtla y que recuerda perfectamente que el 25 de septiembre uno de sus pasajeros era Miguel Ángel Mendoza.
Recuerda que cuando vio al joven que llevaba un paquete de chiclosos, le preguntó: “oye para qué llevas esos dulces a la Normal”.
“Es que mañana vamos hacer una marcha, no sé a donde, pero vamos a ir y llevo estos chiclosos para que los reparta a mis compañeros”, le contestó.
“Pobre muchacho, lo que le ocurrió”, se lamenta el chofer.
Cuenta que después de la desaparición de El Miclos, a quien llevaba de pasajero todos los días a Tixtla era a su padre, Stanislao Mendoza.
“Todos los días iba a búsquedas y a marchas, dejó su tierras de labor y le veo enfermo igual que a su esposa”, relata.
La verdad, les cayó la desgracia. Yo espero que encuentren vivo a su hijo.
Luego de la desaparición de Miguel Ángel Zacarías, su hermano que trabajaba en Estados Unidos, regresó y él junto con otro de sus hermanos, están al frente de la peluquería.
Pero en estos días, el negocio lo dejaron solo porque ambos se fueron a Canadá para trabajar de braceros por una temporada.
Todas las mañanas, doña Margarita vende atole, afuera de su casa.
Su esposo, don Stanislao, anda en las actividades para lograr la localización de Miguel Ángel Zacarías.
Son las 9 de la mañana. La serpenteada carretera que conduce a la comunidad de Omeapa, a 15 minutos de Tixtla, está cubierta por una espesa neblina.
El 26 de septiembre del 2014, mucho más temprano pasaron por esta vía los tres estudiantes de primer año de la Normal de Ayotzinapa, Jhosvani Guerrero, Emiliano Alen Gaspar de la Cruz y Everardo Rodríguez.
Iban a clases y no sabían lo que les deparaba el destino.
En el camino rumbo al pueblo, un vecino recuerda a los tres: “creo que los tres son primos”.
A una cuadra de la primera curva de la carretera, para entrar a la calle principal, está la casa de los padres de Emiliano.
Casi en medio del patio terregoso en donde pasean dos gallinas, está doña Natividad Vázquez de la Cruz, madre del normalista desaparecido.
Viste una falda azul, una blusa con rayas rosas y blancas y un chaleco negro para cubrirse del frío.
¿A quién busca?, pregunta en forma amable.
A don Celso -padre de Emiliano.
“Celso, aquí te buscan”, grita doña Natividad que cojea del pie izquierdo y eso le provoca que camine con dificultad.
Esa lesión la tiene desde el 2015 luego de una caída que sufrió en una escalinata de las instalaciones de la Normal de Ayotzinapa cuando eran los días más intensos para exigir al gobierno del priísta Enrique Peña Nieto la presentación con vida de los 43 normalistas desaparecidos, contó la mujer.
Atrás de dos chozas de lodo, techo de palma y horcones se escuchan los chillidos de un puerco.
Luego aparece don Celso, viste un pantalón café, huaraches de correa y tiene el torso desnudo.
Don Celso, un hombre alto y de pelo entrecano, hace cuentas con su esposa en cuanto van a vender el puerco que pesó 70 kilos.
Lo venden en dos mil 154 pesos.
“Con esto nos mantenemos, con vender pollos y algunos marranitos que aquí engordamos”, dice don Celso Gaspar quien ya descansa en una silla luego de forcejear con el puerco que vendió a unos comerciantes de Tixtla que se dedican a vender pozole en una fonda.
Don Celso señala que por falta de recursos a veces no pueden participar en las movilizaciones junto con los demás padres y madres.
Menciona que él quería ir (el 10 de septiembre) a la Ciudad de México a la reunión con el presidente Andrés Manuel López Obrador.
Pero no pudo asistir porque no tenía dinero.
¿Pero qué les dijo? (Obrador), no he visto las noticias y no he ido a la normal, pregunta.
Ese día, Obrador, les reiteró a los padres de que su gobierno va a hallar a sus hijos, y el subsecretario de Gobernación, Alejandro Encinas, aseguró que existe la certeza de que los jóvenes están en Guerrero.
Doña Natividad, su esposa lo secunda: “no tenemos dinero para ir a las reuniones o a las protestas, pero además yo ya no puedo porque estoy mala de una pierna que se me entume y me duele mucho cuando camino”.
Cuenta que ella solo participó un año en las movilizaciones y se ausentó porque cayó enferma.
Ahora solo es su esposo, don Celso el que si va a las marchas o reuniones.
Doña Natividad suelta en llanto al recordar a su hijo Emiliano: “es mi primer hijo, fue el único que quería estudiar. El, ni nosotros somos delincuentes”.
Dice que a cinco años de la desaparición de su hijo, le exige al gobierno de Andrés Manuel López Obrador que lo regresen con vida al igual que a los demás estudiantes.
En la primera reunión que tuvieron los padres con Enrique Peña Nieto, el 24 de octubre del 2014, casi un mes después de la desaparición de los 43 jóvenes, doña Natividad, fue una de las madres que le reclamó de frente al presidente.
“Yo fui una de las que le grité a ese malvado de Peña Nieto que quería que me entregara a mi hijo”, recuerda doña Natividad.
Los padres de Emiliano, relatan enojados cuando una vez, no recuerdan si durante el gobierno de Ángel Aguirre o de Rogelio Ortega, lo visitaron dos hombres, uno de ellos se identificó con el nombre de Ernesto, ofreciéndoles dos millones y medio de pesos.
“Nosotros les dijimos que no queríamos su dinero, lo que queríamos es que nos regresaran vivo a nuestro hijo”, señala doña Natividad.
Los dos extraños visitantes, relata la madre de Emiliano, se retiraron.
“Nosotros somos muy pobres, pero tenemos dignidad y así nos pueden ofrecer mucho dinero pero no lo aceptaremos, lo que pedimos es que nos regresen a nuestro hijo”, señala.
Emiliano, al igual que Jhosvani y Everardo, eran de primer ingreso en la Normal de Ayotzinapa.
“Antes de que fueron admitidos en la Normal, les hicieron muchas pruebas; trabajaron en el campo, hicieron ejercicios en el cerro, cerca de una presa que está por la Normal, eran trabajos muy pesados, recordó doña Natividad.
Como es la tradición de la escuela para darles la “bienvenida” a los alumnos de nuevo ingreso, les cortaron el pelo a rape.
“Por eso les decían los pelones, y la mayoría de ellos, entre ellos mi hijo fueron escogidos para que fueran a Iguala”, dice la señora.
La mujer se mete a uno de los cuartos de su casa de donde saca un retrato de su hijo Emiliano cuando se graduó en la escuela de telesecundaria de esta comunidad.
Muestra con orgullo el retrato.
“Todos los días rezo para que pronto llegue mi hijo”, dice.
“Seguiremos en la lucha si Obrador no cumple”
Don Margarito Guerrero, padre de Jhosvani Guerrero de la Cruz, admite que no va a ser fácil que el presidente Andrés Manuel López Obrador cumpla su palabra y aparezcan con vida los 43 normalistas desaparecidos en Iguala.
Sentado en su sillón que está a dos metros de la puerta de su casa, don Margarito, critica que dentro de las filas de la Fiscalía General de la República (FGR) que dirige Alejandro Gertz Manero, haya funcionarios de la administración de Enrique Peña Nieto.
“Esos (funcionarios) se deben de ir, eso lo estamos exigiendo y como que no quieren”, reclama.
En septiembre del 2015, la entonces Procuraduría General de la República (PGR) informó que especialistas de la Universidad de Innsbruck, habían identificado los restos del normalista desaparecido Jhosvani Guerrero localizados en el río de Cocula.
Meses antes, la PGR, también declaró que los restos de otro de los normalistas, Alexander Mora Venancio, habían sido hallados.
Sin embargo, en el 2016, la PGR, dio a conocer que nuevos resultados hechos por la misma Universidad, indicaron que ninguno de los restos recogidos coincidían que los dos normalistas.
“Eso fue parte de las mentiras que dijo el procurador Jesús Murillo de su verdad histórica”, refiere don Margarito.
En cuanto a las promesa que nuevamente les hizo el presidente Andrés Manuel López Obrador en la reunión del pasado 10 de septiembre de que su gobierno va a localizar a los 43 jóvenes, Guerrero, advierte que si el mandatario, no les cumple, “las protestas van a seguir”.
Que participará en las movilizaciones a pesar de los problemas de salud y económicos que tiene.
Dice que no recuerda el número de protestas en las que ha participado en estos casi cinco años de lucha para encontrar a su hijo.
“Hemos estado en muchas partes del país, algunos han ido a otros países, y pues no vemos nada bueno al final del camino”, dice.
Recuerda tres protestas en las que sintió que pudo salir herido.
Una: cuando acompañados por los estudiantes trataron de meterse a las instalaciones del 27 Batallón de Infantería, en Iguala, en donde la policía militar los agredió a toletazos.
“Esa estuvo muy fuerte, yo me acuerdo que tiré uno que otro chingadazo”, sonríe el papá de Jhosvani.
Otra protesta fue la del túnel del libramiento Tixtla-Chilpancingo en donde policías estatales antimotines les lanzaron gases lacrimógenos y les dieron de toletazos.
La tercera fue en Acapulco en donde participaron los maestros de la Coordinadora Estatal de Trabajadores de la Educación en Guerrero (Ceteg) en donde fueron reprimidos por la Policía Federal.
—¿Cómo en cuántas he participado (protestas) en estos casi cinco años, cien, doscientas, trescientas?
—Creo que en más, señala don Margarito.
Relata que también ha participado en reuniones con funcionarios del gobierno federal.
Pero dice con desencanto: “siempre nos han dicho lo mismo”.
“Llego a mi casa y aquí mi familia siempre les digo que todo sigue igual”, indica.
Don Margarito, no pierde la esperanza de ver a su hijo que viene caminando en la calle y entra a su casa.
“Cuando llegue haremos una fiesta con mucha comida y mucho mezcal”, dice con alegría.
La casa abandonada de doña Mine
En febrero del 2018, doña Minerva Bello, madre del normalista Everardo Rodríguez, falleció luego de luchar contra el cáncer.
Cerca de la casa donde vivía, un grupo de hombres realizan la pavimentación de la calle.
Un familiar de Minerva, doña Mine, como la conocían en el pueblo, señala que a raíz del fallecimiento de la madre del normalista desaparecido, la casa prácticamente está abandonada.
“Mi familiar murió sin saber de su hijo, que cosa más triste”, relata.
Don Francisco Rodríguez, padre de Everardo, de vez en cuando visita esta casa de la familia, porque él ya vive en Tixtla.
“Desde el 2014 en que desapareció mi sobrino a esta familia le cayó la desgracia”, dice la mujer que se encarga de limpiar el patio de la casa de doña Mine.
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