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* En la cocina de María Elena se podía saborear todo el sabor de la Costa Chica de Guerrero. Bueno, casi todo, porque desde que Los Ángeles vive su cuarentena por la Covid es más complicado encontrar comida mexicana en la cocina rodante

TEXTO Y FOTOS: KAU SIRENIO PIOQUINTO

Los Ángeles, 14 de junio de 2020. En la ciudad más mexicana de Estados Unidos, si uno busca, puede hallar el sazón de la gastronomía indígena guerrerense, que va desde un pozole blanco, verde y rojo, hasta tlacoyos y quesadillas de huitlacoche. En la cocina de María Elena se podía saborear todo lo oriundo de la Costa Chica de Guerrero. Bueno, casi todo, porque desde que Los Ángeles vive su cuarentena por la Covid es más complicado encontrar comida mexicana en la cocina rodante.

Cuando a María Elena llegó al sur de Los Ángeles con su comida guerrerense que trajo del Pico del Monte, municipio de Florencio Villarreal, la siguieron los gabachos que andan tras el sabor mexicano.

Su color y su acento costeño evidencia el origen de la cocinera que dejó Acapulco, y ahora alimenta a cientos de comensales que la visitan a diario en su cocina móvil. Elena despacha a todos sin importar las lenguas que hablan, ellos ordenan el menú que su paladar busca: “Dame pozole verde por favor” dice uno. “A mí uno blanco con su botana”, pide otro con su español golpeado.

Mientras, las hijas sirven en platos de barro bien cuidado, María Elena Lorenzo Linares platica con el reportero: “Soy de pico del Monte, Guerrero, aquí vendo pozole de la bandera (verde, blanco y rojo) y tamales de puerco, de pollo, de queso, de dulce, piña, fresa”.

María Elena nació en Pico del Monte hace 50 años. Antes de aventurarse en los Los Ángeles, ella y su esposo trabajaban de cocineros en el Centro de Convenciones de Acapulco (CCA) en la época dorada del puerto, clamado en aquel entonces, por todo el mundo, como el Paraíso del Pacífico.

Hubo antes esplendor. En los años noventa en el puerto de Acapulco llegaban turistas durante todo mayo para vivir el famoso programa de espectáculo «Festival Acapulco”. El popular conductor de televisión Raúl Velasco era el anfitrión. De ahí se hicieron famosas piezas musicales como “Amor eterno” que el michoacano Adalberto Aguilera Valadez (Juan Gabriel) le cantaba a los acapulqueños.

Pero ese recuerdo es ya lejano. La cocinera en Los Ángeles explica: “Antes de empezara la violencia en el puerto, nosotros ya vivíamos muy mal porque el turismo internacional ya no llegaba. Los vuelos se iban a Cancún y nosotros nomás nos quedamos mirando. Los compañeros que trabajaban en el CCA emigraron a Nueva York y a San Francisco”.

La lonchera

El aroma de la cocina “Elena” inunda la avenida Slauson al sureste de Los Ángeles. Mientras, la guerrerense cuenta su peripecia para comprar su lonchera (la camper que hace las veces de cocina). «Con los ahorros de los tamales saqué mi lonchera en pagos. De ahí empecé a vender acá vendiendo comida de Guerrero, hay veces que ofrecemos mole, barbacoa, pancita y caldo de pescado”.

-¿Cuántos años lleva con tu lonchera?–, quiero saber.

-Aquí tengo 15 años vendiendo tamales, taquitos dorados, carne asada, cachete y tortas de pollo.

El negocio emplea al esposo, las dos hijas y las nietas de María Elena. Todos llegan desde las seis de la mañana con el camper adaptado como cocina, de inmediato extiende una lona para la sombra, colocan sillas y dos mesas sobre la banqueta y por último el menú.

Cuando la familia Lorenzo Linares terminan de instalarse, llegan los primeros clientes a pedir sus tamales. Llegan de todas partes, desde latinos gabachos pasan a comprar comida para llevar: “Dame dos tamales de puerco, jefa”, ordena un hombre enfundado en sus chamarra. “Yo quiero quesadillas de flor de calabaza y huitlacoche”, encarga otro.

A mediodía llega un enjambre de comensales a probar el pozole verde que ese día cocinó la mexicana por encargo. Los visitantes son chef y críticos de cocina que recorren todo el país en busca del mejor sazón, en la cocina internacional.

Después de que todos comieron pozole y tomaron café, María Elena suelta sin tabú su condición migratoria: “Llegué de mojada hace 25 años de Guerrero, desde ese día vendo comida y tamales. Con el paso de los años obtuve mi residencia en esta ciudad, esto me facilita regresar a mi pueblo cada cuatro meses para no olvidar de dónde vengo”.

Entre chascarrillo Elena confiesa que le ganó la tentación de los dólares, por eso dejó Acapulco para cruzar el desierto: “Allá en México cuentan que aquí se barre el dinero; por eso me envalentoné para cruzar la frontera, y mira, aquí estoy vendiendo mis tamalitos”.

“Pero me llevé una sorpresa cuando llegué, me mintieron. Porque a veces no hay dinero, vivir aquí es muy difícil porque uno vive amontonado para ahorrar, hay casas donde viven más de 10 personas, no es cómodo, es solo para pasar la noche”.

Los planes de María Elena eran regresar en diciembre, pero se le cruzó la Covid y su negocio es uno de los que se tambalea en Los Ángeles.

Artículo publicado originalmente en Pie de Página

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