* Con la primera lluvia del verano, las chicatanas –las hormigas hembras de las arrieras– levantan el vuelo con sus alitas tornasol. Pero las chicatanas son una delicia gastronómica en la cocina ñuu savi, y los migrantes ahora llevan su vuelo hasta Nueva York
TEXTO: KAU SIRENIO. FOTO: CORTESÍA /
Cuanacaxtitlán, 28 de junio de 2020. Antes de que se apagara el último pedazo de ocote que los campesinos llevaron para alumbrarse el camino hacia el cerro, empezó a dibujarse la nube de chicatanas que vuelan al compás de las lámparas instaladas en las calles de la comunidad ñuu savi de Cuanacaxtitlán.
Cuando se asoman los primeros rayos del sol salen las mujeres al patio de la casa con ramas de arbustos para cortar el vuelo de las chicatana, estas caen de una por una mientras que los niños los juntan y los depositan en una olla de barro.
Las hormigas voladoras llegan con la primera lluvia de verano que puede variar la fecha: a veces llueve a finales de mayo o principio de junio. Entonces las chicatanas emprenden un vuelo nupcial con la reina, que será fecundada por alguno de los zánganos. Luego la colonia se mudará de hormiguero; mientras el espectáculo sucede, las arrieras se mantienen trabajando en la tierra.
No hay fecha clara para el vuelo de las chicatanas. Pero eso no implica que los campesinos no se preparen para capturarlas.
Leonel Félix Flores dice que la captura de las chicatanas en la comunidad no es de todos los días; es un evento anual y una fecha esperada. Los campesinos se preparan para esta gran fiesta de chicatanas dos meses de antes de la primera lluvia.
Caminan más de tres horas a pie a la montaña donde van a cortar el ocote que usuran para el día de la captura de la chicatanas, y para alumbrarse cuando no haya energía eléctrica en la comunidad.
Después de atrapar las hormigas voladoras, los hombres se van a su terreno a sembrar, mientras que las mujeres tuestan los insectos para la salsa en metate. Las chicatanas que sobren del almuerzo, serán deshidratadas y las guardan para comer en el día de muerto.
Hace veinte años, los vecinos se compartían las chicatanas; pero con la migración hacia Estados Unidos, estas hormigas aladas adquirieron valor monetario. Un kilo puede costar de 600 a mil 200 pesos; todo depende de la disponibilidad aquel año.
“Para atrapar buena cantidad de chicatana hay que madrugar. Unos se levantan a las dos o tres de la mañana. Hay que llevar ocote en tira y cerillo, un cántaro o bote donde guardar las chicatanas que uno atrapa”, cuenta Leonel Félix Flores.
Entre la plática salen las anécdotas de cuando Leonel iba atrapar las chicatanas: “Hay que tener una tina con agua donde pararse porque de lo contrario las arrieras no dejarán que atrapes las hormigas que salen del vientre de la tierra. Algunos llevan cubeta pero es incomodo”.
Antes de que llueva es difícil saber dónde van a salir las chicatanas porque la tierra está seca, sin embargo al día siguiente de la lluvia las hormigas obreras empiezan a trabajar, cortan las hojas de los árboles de los alrededor del hormiguero, además empiezan a sacar la basura y tierra del hoyo donde habitan.
Félix Flores dice: “Así es como los campesinos ubican las casas de las chicatanas; porque hacen visita en la tarde, hacen pequeña chapona para que el acceso sea más fácil de llegar en la madrugada. Preparan el lugar para colocar la antorcha de ocote e ilumine más espacio”.
Los preparativos para atrapar las chicatanas no ocurren solo en el campo, sino que también se hace en la casa donde hay energía eléctrica. Los papás ordenan a los hijos colocar uno o dos focos en el patio o algún espacio de la casa porque la luz atrae a las hormigas voladoras. El único problema que les puede acarrear a los atrapadores es que en lugar de chicatanas, les lleguen los zánganos, que no son comestibles.
Es por eso que los atrapadores prefieren buscar en la orilla del arroyo donde hay cerros de tierra que en su mayoría parecen cráteres de volcanes. Cuando las arrieras obreras trabajan más en la poda de los arbustos y la expulsión de estiércol del vientre de la tierra los campesinos saben cuando van a tener buena cosecha de chicatanas.
Desde que empezó la migración en Cuanacaxtitlán la comunidad ha cambiado en mucho: la construcción, la forma de vestir; y también subió el precio de la tierra de cultivo y de vivienda. Los jóvenes ya no son monolingües ñuu savi sino bilingües; y muchos de ellos no quieren hablar su lengua materna, o bien sus papás no les enseñan por temor a ser discriminados.
Sin embargo la relación comunitaria permanece intacta. Los migrantes de esta comunidad ñuu savi que viven en Washington, Oregon, California, Arizona, Georgia, Florida, Carolina del Norte, Nueva York e Illinois prestan su servicio comunitario como mayordomos con la remesa que envían a sus familiares.
Otro fenómeno de esta migración es que la comida que se saborea en el pueblo también se come en Estados Unidos. Los familiares envían a sus hijos, hermanos, esposo frijoles molido para preparar nde’é (sopa ñuu savi), semillas de calabaza, chile seco, mole en pasta, queso y chicatanas en la temporada.
En esta temporada, el kilo de estas hormigas está por los cielos: “El cuarterón de chicatanas (equivale a un kilo) cuesta a 600 pesos en el pueblo, porque sí salieron muchas. Si no hubiera llovido costará más caro”, confía un muchacho en mensaje de texto.
“Paisano, aquí he comido más chicatanas que cuando estaba en México, eso sí que es más caro, cuesta mucho traerlo, pero mientras haya dinero se puede comprar, con que se salgan nada más, con eso es suficiente, ya de ahí mi mamá lo compra, lo tuesta y me lo manda, acá me lo como en botana o en salsa” dice Modesto Hernández mientras sirve la salsa en un plato chino, en el estado de Washington.
Modesto no es el único que se da el gusto de degustar la comida mexicana, David Mendoza es otro de los que recibe las chicatanas en Nueva York: “Cuando me llegan las chicatanas, invito a los paisanos de Guerrero para una buena comida de sindoko (chicatanas). Tú sabes que acá el convivio es con carne asada, pero nosotros los ñuu savi de San Luis Acatlán, lo hacemos con comida guerrerense”.
Leonel Félix retoma la plática: “Según el clima, esta vez estuvo nublado, por eso las chicatanas abandonaron su nido como a las seis y media de la mañana. Al parecer la luz eléctrica las atrae, por eso en los los postes de lámparas y en las casas se arremolinan en torno al foco”.
Agrega: “Hay lugares donde llegan con más intensidades, ahí la gente se aglomera para llevar su parte, por lo regular los que no fueron al campo son los que llegan ahí”.
Con el último canto del gallo, los campesinos toman su café antes de salir a sembrar, mientras la mujer tuesta las chicatanas para una suculenta salsa con chile puya o guajillo y ajo. En otras casa las preparan para botanas, mientras que algunas mujeres más atrevida en la cocina la preparan en tamales.
Publicado originalmente en Pie de Página