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* A pesar de arriesgar su vida a cambio de la de otros, a veces la sociedad es injusta, no reconoce su esfuerzo y, lo que es peor, los ha llegado a agredir por llegar tarde a una emergencia

REDACCIÓN  /

Acapulco, 23 de agosto de 2020. Suena la alarma y en un minuto deben estar listos para acudir en ayuda de gente que ni conocen, para rescatarla de un siniestro, de un choque o del mismísimo mar; van con la idea de salvar vidas humanas y sin la seguridad de que volverán de vuelta a casa.

Atrás dejaron su plato de comida a medias, o no terminaron de darse la ducha completa, porque ellos, mejor que nadie, saben que algunos segundos pueden marcar la diferencia entre ayudar al necesitado o no.

Y aunque no son héroes de ficción que vemos en las pantallas de televisión o del cine, sí lo son de verdad, son superhéroes de carne y hueso, quienes acuden a arriesgar incluso la vida propia a cambio de la de otros, acción valerosa para la cual están disponibles y dispuestos las 24 horas del día.

Son los bomberos, los “tragahumo”, a quienes muy poco se les reconoce su valía y valor sino, por el contrario, han sufrido malos tratos de esa sociedad a la que sirven.

Cabizbajo, con el rostro de un ser incomprendido, el bombero acapulqueño Javier Rodríguez deja salir la queja: “a veces nos agreden, nos tratan de golpear por no llegar a tiempo, por el tráfico, por el trayecto”, dice durante la entrevista, junto a otros tres de sus compañeros.

Y es que la sociedad no siempre comprende que, aquellos que eligieron dedicarse a la noble labor de velar por la seguridad física de quien está en peligro, son seres humanos que, para trasladarse a donde los requieren, necesitan a veces atravesar una ciudad en donde hay alto tráfico vehicular y en donde lamentablemente hay automovilistas con poca o nula conciencia vial, que no les cede el paso ante la urgencia de llegar en el menor tiempo posible.

Como sucede en todas las profesiones, en la de los bomberos a diario se escriben historias que, por fortuna, gracias a su intervención tienen un final feliz, o al menos lo menos infeliz posible.

Durante la charla, efectuada en el interior de las instalaciones del Heroico Cuerpo de Bomberos, en la avenida Farallón de Acapulco, Marco Antonio Mateos recuerda con claridad -y emoción- que hace unas dos semanas hubo una fuga de gas en una camioneta en la colonia Cumbres de Llano Largo; “había un peligro real de una explosión” en donde resultarían afectados no sólo los vecinos, sino los bomberos que acudieron a minimizar el riesgo; salvaron la vida de los vecinos, y la propia, por consecuencia.

Y ese es el riesgo de cada día, y es la adrenalina de siempre, como dice Enrique Celis: ya sean novatos o experimentados “el sentimiento es el mismo al escuchar el llamado de auxilio; tenemos miedo, somos seres humanos”, y agrega que, como chofer de la unidad de auxilio, está consciente de que también lleva a su cargo la vida de sus propios compañeros.

Aunque dicen que les duele la indiferencia o los ataques de una parte de la sociedad, los integrantes del Heroico Cuerpo de Bomberos de Acapulco expresan que hacen su labor con el mismo entusiasmo, solidaridad y empatía con los que están en algún riesgo; no esperan nada a cambio más que la satisfacción de servir.

Este desprendimiento, esta disposición desinteresada tarde o temprano encuentra el reconocimiento debido, bien ganado; por eso, el pasado sábado 22 de agosto fecha en que se conmemoró el Día Nacional del Bombero, la presidenta municipal de Acapulco, Adela Román Ocampo, premió su labor y destacó enfática cómo, en las manos de estos personajes, “se pone lo más preciado del ser humano, la vida, y después el patrimonio”.

Uno a uno, Carlos Abel García Organés, Andrés Castañeda Carbajal, Eduardo Gallardo Medina, Héctor Vinalay Jerónimo, Marco Antonio Mateos Alvarado, Joaquín Ríos Cruz, Luis David Serna Ríos, Silvestre Alvarado Colón, Javier Rodríguez Fernández y Elizander de los Santos Magdaleno, desfilaron frente a la alcaldesa para recibir merecidas menciones honoríficas a su labor; hubo quienes incluso obtuvieron bonos económicos.

La emotividad y la importancia de los galardones tienen que ver con la premisa de que el bombero entrega lo mejor de sí, su vida incluso, a cambio de una ingratitud, porque su labor difícilmente se compara con cualquier otra; “sale uno de su casa, no sabe si uno va a regresar o no va a regresar, uno está consciente”, reflexiona el bombero Javier Rodríguez sobre los riesgos inherentes a la actividad del bombero.

La alcaldesa, Adela Román, reconoció que, en efecto, algunos han perdido la vida, “o han quedado en situación física con gran desventaja” tras haber servido a su comunidad; “por eso reconozco públicamente el compromiso de ustedes con Acapulco, y quiero externarles mi afecto, mi respeto y mi admiración, por el trabajo que día a día realizan”, agregó.
La historia puede escribirse con bomberos, de una forma, y sin ellos, de otra muy distinta.

Sólo hay que recordar que, en Acapulco, los primeros bomberos comenzaron a operar en 1948; casi 40 años antes el puerto vivió su primer gran incendio: el del Teatro Flores, construido en madera que, tras el siniestro, bajo sus escombros los muertos se contaron por cientos, e incluso por miles, según cálculos de algunos historiadores; los intentos de la gente por apagar el fuego a cubetazos fueron infructuosos. Entonces no había bomberos; de haber existido, la historia hubiera sido mucho menos dramática.

Y esos son los héroes de carne y hueso, aquellos que literalmente, insistimos, ofrendan su vida; por eso, durante el acto del sábado pasado, la presidenta Adela Román pidió a los asistentes dedicar un minuto de silencio en memoria de quienes han caído, quienes han, en efecto, ofrendado su vida por la de otros.

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