ROBERTO RAMÍREZ BRAVO /
Acapulco, 18 de octubre de 2020.
En la elección de 2018, al Partido de la Revolución Democrática (PRD) le fue muy mal a la hora de la votación por la presidencia municipal del puerto de Acapulco: no solo la perdió, cuando estaba en el ejercicio de gobierno, sino quedó en un lejano cuarto lugar con 23 mil votos, muy lejanos de los 137 mil que obtuvo la fórmula ganadora. Incluso el PT le ganó por 4 mil sufragios.
Pero, tres años después, ¿las cosas siguen igual? Habría que revisar.
En 2017, un año previo a la elección, Acapulco tenía un gobierno perredista encabezado por Evodio Velázquez, que vivía tiempos de zozobra, abiertamente acosado por el gobierno estatal de Héctor Astudillo. El país lo gobernaba el PRI y el estado también. Los menosprecios y desplantes al alcalde perredista fueron visibles, como en aquella visita del entonces presidente Enrique Peña Nieto cuando al alcalde de Acapulco se le mandó hasta el fondo de la segunda fila y al comediante Javier Carranza, El Costeño, se le sentó en primera fila a unos metros del presidente.
A Evodio Velázquez le tocó enfrentar también una crisis interna en su partido, que lo llevó a la ruptura con Beatriz Mojica, quien fuera la candidata a gobernadora en 2015 y militaba en su corriente Nueva Mayoría. Esa ruptura favoreció -según lo denunció después David Jiménez Rumbo- que Mojica operara en favor del empresario Joaquín Badillo Escamilla para postularlo como candidato a la alcaldía.
Una figura que pudo haber incidido en levantar ese partido, el ex gobernador Ángel Aguirre Rivero, quedó prácticamente fuera por el bloqueo que le hicieron padres de los normalistas de Ayotzinapa cuando quiso postularse en 2017 para la elección de 2018 como candidato a diputado por el distrito federal de la Costa Chica.
Así que, con todo en contra, el PRD perdió y se fue al fondo. Ahora han pasado dos años. Evodio Velázquez ya no es el alcalde perseguido, ni siquiera el ex alcalde perseguido; al contrario, busca ser candidato a gobernador; Ángel Aguirre ya no está tan visiblemente en la mira de los padres de Ayotzinapa. Y en Acapulco, prácticamente sin ningún contrapeso, se mueve en pos de la candidatura el regidor Víctor Aguirre Alcaide, que hace tres años fue desplazado para postular a Badillo Escamilla.
En los demás partidos también ha cambiado el escenario: Morena no irá con López Obrador en la boleta, al contrario, todo parece indicar que irá dividido; el PRI, que fue el segundo lugar, hasta el momento no parece tener figuras competitivas y busca una alianza precisamente con el PRD, una vez que el PAN acordó ir solo.
El PT es probable que no lleve esta vez a Zeferino Torreblanca como candidato, sin lo cual sus posibilidades de mantener la tercera posición se reducen.
Aguirre Alcaide es un actor político que sabe moverse para atraer simpatizantes; eso estaba claro desde hace tres años cuando junto con David Jiménez Rumbo eran punteros, y en esta ocasión se ha movido con discreción, pero sin detenerse. También quedó claro, dos años después, que el mayor error que pudo cometer el perredismo fue regalarle la candidatura a alguien ajeno que ahora justamente quiere ser candidato por otro partido. Al frente de Aguirre Alcaide no parece haber otra figura que le haga competencia.
Intentan surgir algunos personajes, como el empresario Vicente Ávila, que un poco parece repetir la historia de Joaquín Badillo hace tres años, y busca acercamientos con las cúpulas del PRD con la mira de convertirse en el candidato. Si tal propuesta prosperara, el PRD demostraría que no aprendió nada de la elección pasada. Vicente Ávila es un personaje extraño, que irrumpe de repente en la escena política a base de raudales de dinero, que posiciona su nombre y su foto, pero sin ningún mensaje, a través de pegotes, mantas y toda clase de anuncios; que hace préstamos personales en las colonias, que ofrece préstamos de hasta 200 mil pesos a los taxistas para que compren auto nuevo, sin intereses y a pagar en pagos chiquitos, y que compra al mayoreo productos de la canasta básica para venderlos baratos, con una reducida ganancia, pero ganancia al fin, aprovechando la pandemia.
Fuera de eso, no hay un planteamiento político, no hay un proyecto social como tal, y desde luego, no se sabe si el negocio de los préstamos está debidamente registrado ante la Secretaría de Hacienda.
El esquema de Vicente Ávila es un poco parecido, aunque más agresivo, al que utilizó Jacko Badillo hace tres años. En ninguno de los dos casos se ha tratado de proyectos que busquen el acercamiento con la base militante, sino solo acuerdos cupulares, con el señuelo del dinero por delante.
El PRD tiene la opción en este momento de revisar su planteamiento y buscar reposicionarse como una opción de izquierda, dejar los acuerdos en lo oscurito y abrirse a una candidatura que le dé movimiento. Es la única vía por la que podría competir contra Morena. Las divisiones en Morena podrían obrar en su favor, pero también se esfuma la posibilidad de una alianza cuando PAN y MC han dicho que van a contender solos.
Lo que viene para el perredismo en el caso de Acapulco es un reto mayúsculo. Sortearlo, será un asunto de inteligencia, de estrategia, y de ganas de querer competir para ganar.