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MARCOS PAZ   /

 

De esto va a tener 2 años.

Doña Laura, tiene 65 años, no los aparenta, el letrero de afuera de la tiendita indica “La mejor amiga” y sí lo es, en la hora que estuvimos platicando supo ser transparente y abrió su corazón a un grupo de desconocidos que habíamos ido a un encuentro de danzas de los diablos en Costa chica.

Después de buscar un refresco y agua para tomar por lo sofocante del calor y cansado del viaje, Doña Laura amablemente nos dijo que pasáramos, nos sentáramos y empezamos a platicar, ahí en su pequeño negocio que a la vez es casa, refugio, altar y esperanza; ¿que de donde éramos, como nos llamábamos, que andábamos haciendo? Y así la charla fue caminando entre risas, cansancio, sinceridad y en un momento llanto, leve y suave, el llanto que solo una madre puede dar por un hijo.

Nos tuvo confianza y empezamos a hablar, teníamos ganas de escucharla y ella tenía muchas ganas de hablar, nos contó su tristeza que ahora es nuestra porque fue directa y frágil, a una tercia desconocidos compartió su dolor.

Mi hijo murió el 2 de octubre pasado, era campesino, gallero y amansaba caballos, lo quería mucho y lo extraño. Que me perdone Dios, pero nunca me voy a resignar, todavía me duele y me va a doler siempre, me voy a acostumbrar a no verlo, pero no me resignare. Yo hablo con Dios, le pregunto y le pido que me perdone; yo sé que no soy nadie para que no me pasara a mí, me pasó, me sigue doliendo y dolerá hasta que pueda ir a abrazarlo.

Ahora estoy solita como la yerba mora, que un rato canta y un rato llora.

Se quita los lentes y agarra un trapo pequeño para limpiarse los ojos, le brotan un par de lágrimas, de amor por su hijo, de tristeza por la situación, de coraje por no abrazarlo, pero inmediatamente se mantiene firme y lúcida, seguimos charlando y le decimos que ya nos vamos. Pasó una hora sin darnos cuenta, pagamos lo consumido, e inmediatamente nos muestra la foto de su hijo delante de un caballo, lo extraña y lo ama, nos enseña con orgullo la foto de su hijo que no está, al que no ha podido abrazar. A sus 65 años doña Laura se siente vencida, pero sabe que no está derrotada, sigue adelante y lo va a hacer.

Pasadas las horas, cuando ya nos vamos y pasamos por la tienda la vemos sentada al exterior de la misma en una vieja silla de plástico color azul, el polvo seco abrasa la imagen, el sol pega de lleno, el aire huele un poco triste, le grito desde el carro que no se achicopale, que le eche pa delante que siga firme y nos dice que sí, que cuando regresemos pasemos con ella a platicar, que en una de esas si le avisamos con tiempo nos invita a comer, sin conocernos, tal vez sin mucho que ofrecernos nos muestra el acto más solidario de la existencia humana: compartir un plato de comida no porque le sobre, sino porque le nace, ese acto que se encuentra solo en donde se comparte ilusiones; le pedimos su teléfono y se mete rápidamente a buscar una libretita donde lo tiene anotado, algunas hojas agarradas de un costado, otras sueltas,  “ya ve que como estoy vieja y soy medio sonsa pa eso, pero me hablan a ver si es cierto eh!”

Ahora en el Cerro de las Tablas tengo una gran amiga.

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