ROBERTO RAMÍREZ BRAVO /
Acapulco, 19 de abril de 2022. El domingo y lunes de esta semana, dos bandos se vieron dibujados en el país: el conformado por la alianza conocida como PRIANRD -a la que se suma Movimiento Ciudadano- y el bloque conformado por Morena, PT y PVEM; la primera es la oposición al gobierno de Andrés Manuel López Obrador y el segundo, sus simpatizantes o seguidores.
Eso es, al menos, lo que algunos intentan hacer creer. En realidad, esta polarización no está en función de la figura presidencial, sino de un proyecto de nación. La alianza PRIANRD, responde al bloque neoliberal; y el otro bando es un bloque nacionalista. Conservadores uno, liberales los otros, como en el siglo antepasado. Herederos de Miramón unos; de Juárez los otros.
La sesión de la Cámara de Diputados del domingo 17 de abril fue el momento en que el bloque conservador fijó una clara postura en favor de los grandes empresarios y contra el interés nacional. Traidores, los llamaron sus contrarios.
Pero, ¿en qué consiste esta traición? La reforma eléctrica planteada por López Obrador planteaba echar abajo la de 2013 aprobada durante el peñismo, y de 2007 de calderonato, en las cuales (pero particularmente en la de Peña) se estableció prácticamente toda la legislación en favor de las empresas privadas, tanto nacionales como extranjeras, y la Comisión Federal de Electricidad fue reducida a una empresa de relleno, como ya lo había sido Pemex en el mismo período. Un ejemplo: las empresas particulares podían autoabastecerse sin comprar electricidad a la CFE, la cual era obligada por ley a reducir su producción en beneficio de las empresas. Tres consorcios extranjeros han controlado la producción y distribución de electricidad en México, y eso fue lo que defendieron el PRI, PAN, PRD y MC el domingo.
El lunes, los mismos partidos -exceptuando esta vez a MC- abandonaron la sesión para no votar en favor de lo que se ha llamado la nacionalización del litio, es decir, un artículo que regula que este material sea propiedad exclusiva de la nación, como el petróleo y la electricidad. Esto es lo que morenistas han llamado traición a la patria.
En parte, y de una y otra manera los diputados lo dejaron ver, la negativa del PRI estuvo en que no se les ofreció quedarse con tres gubernaturas en la próxima elección local; mientras el PAN asumió sus propios compromisos ante los empresarios privados; y PRD y MC lograban desbocar su repulsión hacia la figura de López Obrador, al que dos veces acompañaron como candidato a la presidencia de la República.
El caso es que, por diferentes motivos, estos partidos se pusieron abiertamente en contra de los intereses nacionales. Nada valió recordar el discurso de López Mateos durante la nacionalización de la electricidad, ni de Lázaro Cárdenas con el petróleo, ellos votaron en contra y se jactaron de hacerlo. Como cuando Roque Villanueva lanzó su “roqueseñal” porque el PRI había ganado la votación para elevar el IVA de 10 al 15 por ciento.
No solo no fue un triunfo en sí mismo haber impedido la reforma (pues para modificar la Constitución se requería lograr tres cuartas partes de la votación, y fue lo que ellos ganaron, que no se reuniera el número de votos requeridos), sino que es algo que amenaza con volverse en contra de los propios partidos coaligados. Y no por el presidente, sino por los ciudadanos, que habrán de votar: en los estados que estarán en juego en los comicios de junio, solamente en Durango -gobernado actualmente por el PAN- la oposición lleva delantera en las encuestas, pero seguido muy de cerca por Morena; en el resto, Morena va adelante.
En la alianza Va por México, que reivindica al PAN, PRI y PRD, no todos los partidos son claramente neoliberales. Solo el PAN cumple ese perfil. Nacido como un partido de derecha, es naturalmente el que enarbola en este momento el discurso conservador. El PRI es heredero de la Revolución Mexicana (o de la Tercera Transformación, en versión de López Obrador), y el PRD es heredero de los movimientos de izquierda del país, inclusive, de las guerrillas, que, tras su conversión a la participación pública, encontraron en el sol azteca un refugio.
Por eso estos dos últimos partidos -primos, por cierto- encontrarán en su actitud del domingo, algo más que un fuerte descalabro. Las encuestas ya dan a los candidatos de esta alianza, apenas 7 por ciento en Aguascalientes; 3 en Quintana Roo, 4.5 en Tamaulipas, 11 en Oaxaca y 16 en Hidalgo y 22 en Durango.
En el PRD, el descalabro puede ser mayor que en el PRI, pues podría estar en riesgo de perder el registro. Los electores no le perdonaron la traición de levantar la mano al panista Ricardo Anaya en 2018; difícilmente le perdonarán la votación del domingo. Este partido, que en otros tiempos movilizó tumultuariamente a la gente frente a la Cámara de Diputados, en el Zócalo de la Ciudad de México, y en los estados, ahora tiene el pírrico triunfo de la palmadita en la espalda de sus nuevos aliados, los panistas, los priistas y los grandes empresarios, pero ante ellos no es un par: es apenas algo menos que un empleado, subordinado y obediente.
PRI y PRD no se dan cuenta de que cuando les gritan traidores, no es el presidente quien lo hace, sino lo hace la gente. Porque traicionaron sus principios, y ahora se preparan para fungir como rémoras del PAN, que es quien verdaderamente llevará la oposición, y con ello, rémoras de los grandes empresarios nacionales y extranjeros.
El domingo, pudieron hacerle la “roqueseñal” a todos los mexicanos, como cuando Humberto Roque Villanueva gritó: “¡Los chingamos!”, por haber logrado incrementar el IVA de 10 al 15 por ciento. Pero es un triunfo que bien les valdrá 20 pasos hacia atrás.