ROGELIO HERNÁNDEZ LÓPEZ /
Ciudad de México, 03 de agosto de 2022.
Hace un año y tres meses, la periodista Judith Valenzuela y su hijo Rafael Méndez buscaban editorial que publicara el libro testimonial del joven sinaloense. Ese relato de las desventuras que padecieron ambos, durante 13 años, es increíble en muchos aspectos. Así lo resalta el periodista Jesús Lemus Barajas en el prólogo.
El libro Prisionero del Sistema por fin comenzó a ser expuesto en librerías este 24 de julio. Me pidieron hacer la presentación. En ella resalto que me sacudió la sorprendente fuerza de la condición humana de Judith y Rafael, fortaleza que alimenta una singular conciencia de libertad; la libertad noética, que quizá alguien pueda probar científicamente que es trasmisible o hereditaria.
El caso
En la contraportada del libro se resume fríamente un caso del aparato judicial mexicano que, como dice Jesús Lemus, avergüenza y que podría ser similar en miles de prisioneros que no tienen la oportunidad de contarlos.
En enero de 2008 Rafael Méndez Valenzuela (que apenas tenía 20 años de edad) fue detenido en el Estado de México. Agentes federales y militares lo obligaron a firmar una declaración en la que reconocía que formaba parte del grupo criminal La Familia.
Tras 10 años en prisión por una sentencia sin pruebas y al existir una denuncia por tortura, un tribunal federal ordenó la reposición del proceso en lo que se investigaban los hechos, otra vez, y que lo mantuvieron preso 3 años más.
Ante la suma de injusticias, su madre, la periodista Judith Valenzuela, se acercó a distintas instancias judiciales y asociaciones de derechos humanos sin mayor éxito. Fue ampliamente conocido que ella logró acudir a la conferencia mañanera presidencial y logró que López Obrador ordenará intervenir a la Secretaría de Gobernación y con gestiones del Subsecretario de Derechos Humanos, Alejandro Encinas, se logró que la Suprema Corte de Justicia revisara el caso para que Rafael por fin fuera liberado a los 33 años de edad. Hasta aquí la síntesis de la editorial.
Pero ese resumen no refleja ni lo vergonzante de prácticamente todas las instancias del aparato judicial ni las sorprendentes personalidades de Judith la periodista y su hijo.
Lo siguiente es lo que escribí en la Presentación del libro y no tengo nada más que agregar que felicitarme por conocerlos:
Y no pudieron quitarles esa otra libertad
Sorprenderá saber a muchos que este libro lo escribió un joven que estuvo preso (injustamente) desde sus 20 años a los 33.
Es que los textos no parecen obra de alguien que en 13 años pudo acumular motivos y palabras para recriminar justificada y acremente, sino más bien de otra persona: centrada, de pensamientos estructurados, con dones de narrador de los buenos, capaz de redactar 55 historias cortas y acuerparlas en 13 capítulos en apenas 4 meses posteriores de que le decretaran su libertad corporal.
Este texto no es una novela, aunque tiene todo para serlo: historia central, suspenso prolongado, narraciones hiladas, estructura lógica, personajes definidos. Describe antes que adjetivar, con prosa sencilla y en primera persona; hace sentir momentos de pasmo, de enojo y dramatismo y candor y romanticismo y… bastante buen humor.
El libro no es una novela –aunque mucho de sus contenidos se antojen increíbles–, porque los datos y escenas que describe provienen de una zona de la realidad mexicana mil veces denunciada –de un sistema jurídico anacrónico que facilita la injusticia y la degradación humana de agentes policiacos, militares, ministerios públicos, jueces, gobernantes, y sobre todo de la gente prisionera, que pocas veces puede recuperarse para una vida sin sobresaltos morales.
“La realidad vuela más alto que la ficción, a la que sirve a veces de alimento”. Eso lo saben bien los buenos literatos y pareció intuirlo Rafael al poner como acontecimientos escenas que, para otros serían penalidades; al mostrar como esperanza de amor lo que en otros serían tormentos de esos que produce la soledad prolongada.
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Pero no es tan increíble esto que hizo Rafael. Hay una explicación que igual asombra como toda la historia contada por él mismo y en tan poco tiempo; el libro tiene otro hilo conductor paralelo, una historia que quizá ni él, ni su mecanógrafa, ni su correctora de estilo, planearon configurar:
Todo el texto refleja que, aun entre muros, el joven adquirió pausadamente lucidez para observar, y no solo mirar, para ubicarse en el tiempo y el espacio, interpretar, situar sus propias dimensiones, evitar la atracción hacia lo oscuro, aprender de leyes, leer muchas cosas más, ejercitarse; respirar profundo pues, para poder desarrollarse.
Es decir, a lo largo de toda la narración se refleja cómo Rafael construyó mentalmente su libertad, cómo maduró paulatinamente eso que neurólogos y psicoanalistas llaman conciencia; esa condición humana que el cerebro engendra gracias a su interacción con el resto del cuerpo y su entorno. Hay quien aseguran que el cerebro puede entrenarse para lograr conciencia de libertad, llegando incluso a cambiar su estructura fisiológica. Eso parece haberle ocurrido a Rafael.
“… ni lo social ni lo psicológico le roba a la persona su libertad noética y ésta al hacerse efectiva devuelve la autonomía y la capacidad de decisión,” sintetizó Viktor Frankl hace 55 años. Él era neurólogo, psiquiatra y filósofo austríaco que sobrevivió tres años (1942-1945) en varios campos de concentración nazis, incluidos Auschwitz y Dacha. Fue fundador de la logoterapia y del análisis existencial.
Hace menos años, en 2010, las investigadoras Cassandra Vieten, Marilyn Mandala Schlitz y Tina Amorok explicaron:
“La noética es una disciplina que investiga la naturaleza de la conciencia, empleando para ello múltiples métodos de conocimiento, incluyendo la intuición, el sentimiento, la razón y los sentidos. Por consiguiente, la noética explora el mundo interior de la mente (la conciencia, el alma, el espíritu) … La explicación a esto y a mucho más es lo que ha hecho que autores como Dan Brown consideren la noética como la única ciencia capaz de demostrar que la mente humana puede realmente alterar y transformar nuestra realidad propia.” (subrayado de RHL)
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Mas esa evolución de Rafael el prisionero, fue alimentada por una fuerza adicional para que fuese más integral el sentido de esperanza, de libertad, frescura y alegría que lo maduró en la cárcel. Esa fuerza está presente en todo el libro, como estímulo anímico, como gestora, como tramitadora, como el centro de la resistencia para lo inaceptable del sistema judicial, como una ciudadela para lo indomeñable de Rafael. Es el segundo personaje protagónico de toda la historia que, aunque es poco citado, se transpira: Judith Valenzuela Ortiz, la madre de Rafael Méndez Valenzuela.
Judith es bien conocida en Culiacán, en toda Sinaloa y cuando ella y Rafael le ganaron el infausto juego de vencidas al sistema se le conoció en todo el país. Es alta, fuerte, norteña amable, pero con pocas condescendencias; autónoma, arrojada, de esas mujeres que buscan desarrollo profesional permanente para no depender de otros.
Ella tiene formación académica, de la licenciatura en la Escuela de Periodismo Carlos Septién García (1983-1987), fue especializándose en cultura y como reportera de investigación de asuntos sociales y de seguridad, también como editora. Acude a cursos, talleres, a conferencias y ha tomado dos veces la Catedra de Periodismo del Colegio de Sinaloa. Participa en actividades del Colegio de Periodistas de Sinaloa y de la Asociación 7 de junio, especialmente en asuntos de superación profesional y en acciones por justicia para Javier Valdez y por agresiones a otros colegas. Y entre todo eso, durante 13 años, se dio tiempo para dedicar atención a Rafael.
Quizá alguien pueda probar científicamente que esa conciencia de libertad es trasmisible o hereditaria. Judith y Rafael ganaron más de esa libertad ese 12 de diciembre de 2020 cuando él fue liberado físicamente.
Rafael, quien hoy apenas rebasa los 36 años estudia la licenciatura en Educación Deportiva y trabaja alegremente como instructor, gracias a esa libertad noética que explican los especialistas.
Por todo, este libro debiera llamarse: El sistema no pudo quitarnos nuestra conciencia de libertad.
Rogelio Hernández López Tlatelolco, Ciudad de México. Primavera de 2021