ROBERTO RAMÍREZ BRAVO /
Acapulco, 17 de septiembre de 2024.
Una sola promesa de Andrés Manuel López Obrador lo engloba todo: Juntos -dijo en 2018- haremos historia.
A unos días de concluir su mandato, el presidente de México puede ir a casa con tranquilidad, porque esa promesa ya la ha cumplido. El lunes entró en vigor la reforma constitucional que cambiará al Poder Judicial y permitirá a toda la ciudadanía elegir jueces, magistrados y ministros de la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN), y con ello López Obrador da por cerrado su ciclo de transformaciones iniciado hace seis años.
Pero un análisis mesurado, debería llevar a la interrogante de qué es en sí, lo que ha hecho que su gobierno pase a la historia.
Podría hablarse de obras públicas: el tren Maya, el aeropuerto Felipe Ángeles, la refinería Dos Bocas; podría hablarse de la recuperación de toda esa infraestructura abandonada por gobiernos anteriores, como hospitales, escuelas, carreteras y otras que quedaron como monumento al olvido y que él reactivó y puso en marcha. Podría hablarse de reformas, como la laboral, que revirtió la criminal de la era neoliberal y que permitió mejorar el sistema de pensiones, y el incremento del salario mínimo; o la minera, frenada a nivel constitucional por la SCJN, pero que a nivel de ley general permitió recomponer la relación con las empresas mineras extranjeras; o quizá se prefiera ver por el lado económico: cómo se estabilizó la economía pese a los malos augurios de la derecha, a los embates del capital, y cómo, sin endeudar fuertemente al país, el peso se mantuvo estable y la inversión extranjera también. O el rescate de Pemex y la CFE.
Sin embargo, más allá de acciones concretas, que las hubo, y de gran calado, lo que López Obrador hizo fue, como lo dice su eslogan, transformar al país. El cambio tendría dos vías: por un lado, el desmantelamiento del Estado neoliberal que empezó a formarse durante los gobiernos de Miguel de la Madrid y de Carlos Salinas; y por el otro, la politización de la gente.
Esa transformación estuvo a la altura de los grandes cambios iniciados por la Independencia, la Reforma y la Revolución, porque implicó dar un viraje completo en todos los órdenes. El neoliberalismo privatizó empresas estatales y desmanteló lo que pudo en instituciones icónicas, como Pemex, CFE, IMSS, frenó los incrementos salariales durante todo este tiempo, y entregó los recursos naturales al capital extranjero; en el mundo, México se alineó con la derecha, se distanció de Latinoamérica y se acercó a Estados Unidos y Canadá.
Cambiar todo eso fue un gran reto, y López Obrador lo hizo. Hay pendientes, por supuesto, porque no se puede hacer todo en seis años, y por eso habrá segundo piso de la transformación.
En cuanto a la población, puede decirse que en estos momentos está más politizada que cuando empezaron los gobiernos neoliberales. ¿Quién pensaría, en tiempos de Salinas, que el PRI podría perder el poder? ¿O que, combinado con el PAN, esos gobiernos dejarían pasara a uno que no fuera ni panista ni priista? La transformación en la gente fue poco a poco: en 1988 hubo un intento pero quedó solo en eso; en 2006 hubo otro, e igual quedó ahí. La sensación del «ya merito» estaba bien enraizada. En 2018 por fin ganó López Obrador, pero pudo haber quedado todo otra vez en el intento, con un gobierno popular, pero con la sensación de que una vez concluido este, todo volvería a ser como antes.
Sin embargo, ahí estuvo mérito lopezobradorista: en inculcar la esperanza. En 2021, en las elecciones intermedias, Morena, el partido de López Obrador, creció en los gobiernos locales. Sin embargo, el INE, conducido por Lorenzo Córdova, dejó caro que jugaba como un actor político más, y lo hacía en favor de la derecha. En 2024, quedó claro que la Suprema Corte de Justicia también jugaba como un actor político y lo hacía, igualmente, en favor de la derecha. Desde el primer encuentro entre la presidenta de la SCJN, Norma Piña, y el presidente López Obrador, hasta cuando en pleno proceso electoral Piña y algunos ministros se reunieron en privado con los líderes de la oposición PRI, PAN y PRD, quedó claro que la SCJN sería el dique más importante para el presidente y, tal vez, el brazo legal que buscaría meterlo a la cárcel cuando ya no lo fuera. El obradorismo intentó reformar el INE, pero la SCJN lo impidió; luego, buscaron una alternativa con otra propuesta, que llamaron el Plan B, y la Corte otra vez lo impidió. Entonces el llamado fue al Plan C, que consistió en buscar que en las elecciones, las candidaturas de Morena y sus aliados lograran la mayoría calificada para el próximo Congreso, y así poder hacer las modificaciones que estaban planteando.
El resultado de este llamado fue un triunfo, pues Morena, PT y Verde lograron mayoría en la Cámara de Diputados y solo les faltó uno en la de Senadores. Pero esa mayoría debe entenderse como lo que es: la respuesta de un pueblo organizado, politizado, que votó exactamente por lo que quiso. Votó por que se pudieran hacer las reformas Judicial, Electoral y Eléctrica.
Ese es el otro pilar del pase a la historia de López Obrador: haber politizado a la población.
Por eso, puede ir en paz a casa: el boleto historia ya está comprado.