ROGELIO HERNÁNDEZ LÓPEZ
José Woldenberg, Lorenzo Meyer, Francisco Garduño, Irene Selser, Ariel González, Gabriel Bolio, Rafael Tonatiuh, Fernanda de la Torre, Marco Provencio, Hugo García Michel, Antonio Navalón, Ramón Alberto Garza y probablemente muchos más ya no ocuparán alguno de sus espacios de opinión a los que estábamos acostumbrados. Desde la tercera semana de agosto esas retiradas provocaron en redes sociales un traqueteo intenso de interpretaciones.
Los ajustes de personal en medios seguirán al menos hasta diciembre. Sobre el tema se ha formado una especie de nebulosa, porque se quiere atribuir a una sola causalidad. El estruendo se hizo mayor en rededor de los articulistas y columnistas que han sido removidos en distintos medios, sobre todo impresos, porque son muy conocidos.
Entre las interpretaciones sobresalen quienes atribuyen sus salidas a un efecto colisión del gobierno federal que viene porque “en el fondo no le gusta la crítica”, pero también hay quienes entienden que la falta de certezas de lo que pretende el nuevo gobierno acelera los ajustes financieros cíclicos de empresas tanto por el mercado como por sus necesidades internas de realineación de recursos.
De qué preocuparse
Sobre el tema de los opinadores, quienes conocen bien al periodismo mexicano tienen que coincidir con Enrique Krauze, quien lo problematiza y responde:
“… ¿esto equivale, por sí mismo, a una crisis en el periodismo mexicano? Si el síntoma de esa crisis es la disminución de voces dedicadas únicamente a la reflexión o la explicación antes que a la investigación, me atrevo a decir que no. Aunque la opinión cumple una función de gran importancia en la oferta periodística, la esencia del oficio no pasa por ella”.
“El verdadero motivo de alarma, en cambio, -prosigue Krauze- es el despido de un porcentaje considerable de reporteros en varias casas editoriales. Si, como sugería Walter Lippmann en su famosa definición del oficio, la labor del periodista está en exhibir y “avergonzar al diablo (es decir, a los poderosos), el camino es la investigación, no la opinión”.
Lo defendible de nuestro columnismo
A los poco familiarizados con las entretelas del periodismo tenemos que explicarles que, desde inicios del siglo XX en distintos países del occidente se fue estableciendo que la gente y la democracia requieren que el periodismo sea integral y ofrezca tres tipos de contenidos: la información, la opinión y el análisis.
En México, los impresos iniciales de tipo masivo abundaron de opiniones y paulatinamente fueron incorporando las técnicas informativas al estilo norteamericano; en la radio y la televisión se hicieron fuertes los noticieros pero se fueron llenando de opinadores y pocos analistas hasta el grado de que hay decenas de estaciones radiales solo habladas (chismean, opinan e informan con deficiencias); la televisión creo unos híbridos, o sea segmentos con opinadores y articulistas mezclados; más recientemente se pusieron en boga mesas de periodistas de distintos medios y corrientes de pensamiento en un solo programa.
La pluralidad y la profundidad de conocimientos debiera ser la tónica en las partes de opinión y análisis del periodismo en los medios de difusión masiva. Mas, los impresos deformaron esas partes. Seguramente por su cantidad (unos 1500 entre diarios y de otras periodicidades) y por tratar de hacerse notar en un mercado tan competido que se fue desarrollando una especie de Partenón al revés: más columnas que piso informativo. Son pocos los impresos que no traen articulistas, articulistas invitados y un sinfín de columnas de periodistas que se suponen capaces de comentar de todos los temas. A veces ocupan más del 50 por ciento de sus páginas.
Si la mayoría de nuestros articulistas y columnistas fuesen expertos en sus temas, si orientaran a la vez que informan y si redactaran con la efectividad y sencillez requeridas en el periodismo, nuestro “Partenón” sería extraordinario. Pero son contados los respaldan esa calidad porque una gran parte de estas participaciones desbordan adjetivos y calificaciones que no se soportan con información ni análisis suficientes, ni prosa atractiva. A ese fenómeno puede llamársele “periodismo tucán” (mucho pico y poca pluma).
Para calificar eso hay que cederle la palabra a Krauze: “Aunque haya quien insista en lo contrario, no todos sabemos de todo. Los expertos genuinos dan a sus lectores herramientas para comprender mejor el mundo. No es poca cosa, y menos en los tiempos de la posverdad”.
“Para prueba, propongo un ejercicio. ¿Cuántas opiniones han acabado con la carrera de políticos corruptos, ya no digamos derribar un gobierno podrido? Ninguna. Watergate, el gran escándalo político del siglo XX en Estados Unidos, fue obra de reporteros, no de opinadores. Lo mismo podríamos decir del sexenio que termina en México. Al gobierno de Enrique Peña Nieto no le incomodó opinión alguna, lo que realmente lo avergonzó fue el trabajo de investigación de Aristegui Noticias y Animal Político”.
Como reportero mexicano de muchos años en el medio soy de aquella generación que desde los años 60 fue parte de quienes ayudaron a ampliar los espacios de libertad y confrontar las prohibiciones y “sugerencias” de qué publicar. Poco queda de las acotaciones y censuras de aquellas épocas. En ese sentido el periodismo es más libre que nunca.
Por esa libertad tengo que ser explícito: no me da ningún gusto que un reportero, editor, reportero gráfico, articulista, columnista sea despedido o sea silenciado de otras formas. La elevación de calidad debería ocurrir con filtros previos y con sedimentación de quienes no cumplen expectativas del perfil mínimo.
Por definición, todos los que trabajamos en esto tenemos que defender el derecho y la libertad de expresarse aunque no nos gusten las opiniones y el estilo de trabajo de otros. Pero también hemos de propugnar por que se cumpla la esencia de nuestra labor que es informar con suficiencia y la calidad para ayudar a explicar lo que rodea a los hechos.