ROBERTO RAMÍREZ BRAVO /
Acapulco, 20 de marzo de 2021.
El miércoles 17 de marzo, el gobernador Héctor Astudillo hizo algo insólito: en público, a través de su cuenta de Twitter, regañó a la presidenta municipal de Acapulco, Adela Román Ocampo, sugiriendo que usó la vacunación con fines de proselitismo electoral.
El mandatario escribió lo siguiente: “El Plan Nacional de Vacunación es coordinado por el
@GobiernoMX y coadyuvamos sin protagonismos ni intereses personales. Como Gobernador hago un llamado a todas las autoridades a no politizar el proceso de vacunación y abstenerse de utilizarlo para hacer campaña, @Adela_Roman”.
A las 11 de la mañana, Adela Román Ocampo inició un recorrido por los módulos de vacunación, que ese día iniciaban, comenzando por la unidad deportiva Jorge Campos de Renacimiento, y de ahí se dirigió al módulo del Instituto Tecnológico de Acapulco. A las 12:02 (así aparece en el registro de Twitter), el gobernador emitió su polémico mensaje. Es decir, en ese momento Adela Román todavía estaba en el Tecnológico, de donde se retiró alrededor de las 12:18.
A las 2:55 de la tarde, los dirigentes del PRI y PRD, ambos aliados del gobernador, interpusieron una denuncia en la Fepade por supuestos delitos electorales en la modalidad de uso de programas federales para hacer proselitismo contra la alcaldesa, porque Adela Román dijo dos cosas: que la vacunación se logró gracias al trabajo del presidente Andrés Manuel López Obrador, y el Ayuntamiento es coadyuvante en su aplicación. Destaca primero la vertiginosidad de la acción. Apenas 53 minutos después de que el gobernador lanzó su línea, ya los partidos habían reunido a sus dirigencias (cosa que normalmente no sucede en lo inmediato), habían discutido, levantado sus evidencias, convocado a sus respectivos cuerpos jurídicos, analizado todas las posibilidades de la ley, habían redactado el escrito, y lo habían presentado.
El día siguiente, a las 10 de la mañana, es decir, 22 horas después del tuit del gobernador, la candidata a gobernadora de Movimiento Ciudadano, Ruth Zavaleta, abrió fuego contra la alcaldesa y afirmó que “debe entender que cometió un delito y debe renunciar a su cargo, o por lo menos pedir permiso en lo que pasa la elección si ella no va a ser la candidata a reelegirse”.
Ese mismo 18 de marzo, a las 11:24, otro aliado del gobernador, el candidato petista a la alcaldía, Igor Aguirre Vázquez, emitió un boletín para condenar el uso de la vacunación “para su lucimiento personal y (…) proyectarse para reelegirse”. Así, de repente, los astros se alinearon, como en los viejos tiempos.
Pero todos, incluyendo al gobernador Héctor Astudillo, daban un paso en falso. Tal vez al titular del Ejecutivo no le informaron que en ese momento Adela Román ya no estaba de licencia -pues volvió al cargo unas horas antes, en la noche del 16 de marzo- y al hacer su recorrido lo hacía no como aspirante a nada sino como presidenta municipal constitucional. Hizo lo mismo, por cierto, que ha estado haciendo en estos días el propio Astudillo en la vacunación: supervisar e informar. Los tres órdenes de gobierno, federal, estatal y municipal, participan en este programa y hacen lo mismo cada uno en su ámbito.
El gobernador también se equivocó en otro asunto: con su tuit él sí se metió en temas electorales, porque al hacer un llamado a no politizar, ya está politizando. Él no es autoridad electoral, ni en su carácter de gobernador le corresponde hacer un llamado tan específico, con nombre y apellido de destinataria, como lo hizo. ¿Por qué no hizo un llamado así a Pablo Amílcar Sandoval cuando salió el video del uso de recursos federales para su proselitismo? ¿Por qué no lo llamó a cuentas cuando desplegó su foto espectacular por todo el estado, tras dejar la delegación para buscar la candidatura a gobernador? Porque no es su función, es cierto. Pero sería lamentable que esta actitud diferenciada fuera solo porque una es mujer y el otro hombre.
Pero el gobernador, además de vulnerar la autonomía del municipio libre, también faltó a una elemental cortesía política. Él no es padre de Adela Román, no es autoridad electoral, ni es el maestro de primaria regañando a una alumna. Ella es presidenta municipal constitucional. Si ella cometía un delito, su deber como mandatario no era regañarla, sino dar vista a la autoridad competente (que no es él). Héctor Astudillo, un gobernante normalmente prudente y serio, ha tenido antes este tipo de exabruptos: con Rubén Figueroa Smutny a través de Twitter; con Evodio Velázquez cuando este era alcalde; y ahora con Adela Román.
Demás está decir lo que ya la alcaldesa y su equipo dijeron: ella hizo el recorrido en su carácter de primera autoridad del municipio, para supervisar que se cumpla lo que al municipio corresponde; que para hacer actos anticipados de campaña tiene que ser candidata o precandidata, y no lo es; y que el municipio coadyuva en la vacunación con más de 500 trabajadores y funcionarios, y con casi todas las dependencias municipales.
Si ya el gobernador se metió a la arena electoral, lo ideal sería que no se mantenga ahí. Él debe verse a sí mismo como lo que es: el que logró la gobernabilidad pese a que tomó el estado en momento convulso por las protestas sociales; el que logró (si bien con el apoyo del gobierno de López Obrador) lo inimaginable, bajar los índices de homicidios dolosos; y el que ha logrado sacar la administración sin escándalos de corrupción que caracterizaron a todos los gobiernos anteriores al suyo. Esa tendría que ser la última imagen que deje a los guerrerenses.
Entonces, ¿para qué empañar el final de su gobierno metiéndose en embrollos electorales?
Lo cierto es que la mano, el dardo y el objetivo, se vieron muy claros en este incidente.