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  • Un ejercicio de lucha libre, improvisado durante el festejo por el primer aniversario de Perritos Felices

ROBERTO RAMÍREZ BRAVO /

Chilpancingo, 20 de julio de 2024. Tanto la buscó, que finalmente Igor Pettit la encontró:
En un rápido movimiento, Félix Salgado metió su pierna en la parte trasera de la rodilla del comunicador, hizo un leve tiro hacia el frente y un leve empujón hacia atrás del cuerpo de Igor y este, sin ningún obstáculo, se desplazó hasta el piso, con su humanidad entera, con el escándalo de todos sus collares, con todas sus pulseras, con su peto y la especie de chal o de bufanda multicolores que le caracteriza, y hasta con su perfume esparciéndose por todas partes en aquella rápida caída.

Fue, desde luego, un movimiento completamente controlado, en el más puro estilo de la lucha libre.

Todo comenzó minutos antes. La celebración por el primer aniversario del albergue canino Perritos Felices había empezado con normalidad, con toda la normalidad que da una llovizna tempranera en el espacio al aire libre donde estaban colocados tanto el ring como los asientos para el público. Eso había hecho que, primero, la gente se refugiara en la parte techada en la cancha de Los Galeana, y dejara unos lugares vacíos, y el espectáculo se retrasara porque hubo que esperar a que dejara de lloviznar y luego, a que se limpiara la lona del ring.

Total, empezó un poco tarde la primera función, la de calentamiento. El senador Félix Salgado, promotor y creador del proyecto de atención canina, se encontraban en primera fila, atento al combate luchístico que se mostraba.

Y entonces, llegaron ellos. Igor Pettit hizo su arribo con el séquito de colaboradores que siempre lo acompaña: su camarógrafo, su fotógrafo, el que lleva las redes, el que esto y el que lo otro.

Parecía que traía un cerillo para incendiar la pradera, e hizo, de su sola presencia, otro espectáculo. Se acercó a Félix Salgado, y desvió la mirada del público, del ring hacia su persona, le pidió una entrevista en ese momento, insistió, pidió aprovechar que la jornada apenas comenzaba, y entonces Félix Salgado -no se sabe si por garantizar la tranquilidad del evento, o si solo porque es su amigo y lo aprecia- accedió, y se dirigieron ambos hacia fuera del área donde estaban los espectadores sentados.

Desde lejos, aquello parecía un incidente grande: un barrunto de gente se levantó y se desplazó como un pequeño torbellino hasta el área de graderías, lejos del ring.

Ahí, entonces, se desarrolló la entrevista, que fue otro espectáculo: decenas de celulares, tanto de periodistas como de ciudadanos, empezaron a hacer su propia transmisión en vivo. Igor se empoderó y se apoderó del momento. Mandó traer a una muchacha del público que estaba parada, con un perrito en brazos, y sin más la entrevistó y la hizo interactuar con su entrevistado original, el senador Félix Salgado.

Cuando todo acabó, empezó lo demás. Igor Pettit es un hombre que sabe pelear, que conoce de lucha libre, y tiene una corpulencia que haría pensar a cualquier ante la posibilidad de enfrentarse con él. Félix Salgado, por su parte, también sabe de lucha libre. Es más, como recordó el periodista en la entrevista, en su juventud fue luchador profesional.

Así que pasó lo que tenía que pasar y, en medio de esa multitud que los había seguido desde el ring hasta las gradas, Pettit lanzó el reto. Ahí, sin ring, en piso de tierra, a una sola caída. Y Félix dijo que no. Pero Igor no se rindió y fue tras él, tratando de obligarlo mediante alguna llave. Conocedores ambos de los movimientos luchísticos, el senador le sacó el bulto. «Lucha con él, mejor», le dijo, y señaló a un muchacho del público. Igor fue tras él, lo agarró y en cuestión de segundos lo vapuleó. Y regresó sobre Félix, y Félix se movía, prácticamente le corría. «Ahora con él, él si es luchador», dijo, y señaló a otro. Igor fue tras él, se puso una máscara, se la quitó, pero también duró pocos segundos esa batalla. Entonces Igor insistió sobre Félix Salgado, y Félix volvió a eludir el bulto, y el periodista prácticamente lo perseguía intentando obligarlo a luchar. Parecían dos niños correteándose para hacerse cosquillas, muertos de las risas los dos, Igor como perseguidor, y Félix escapando.

En un momento se detuvieron y quedaron frente a frente. Entonces, todo fue un solo movimiento de Félix, e Igor, sin apenas imaginárselo, estaba en el piso. El senador lo ayudó a levantarse, y el periodista, aunque riendo, no podía quitar el asombro de su rostro.

Félix festejó entonces el triunfo: había derribado a su rival sin siquiera haber comenzado la batalla. Toda la gente estaba contenta.

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En eso, Igor hizo un movimiento. No cualquier movimiento: hizo el mismo que le habían aplicado. Metió la pierna en la parte trasera de la rodilla del senador y, con el mismo impulso que había sido usado en su contra, en un segundo empujó al senador, quien cayó sobre algunas personas que estaban sentadas, pero en el mismo movimiento Félix Salgado cogió del brazo al periodista y lo lanzó sobre el mismo lado, incorporándose de inmediato.

«Me la aplicó -dijo después Igor Petit-, pero yo me aprendí la llave y se la apliqué también».

Aquello había quedado en un virtual empate, ni ganador ni vencido. En el fondo, ni siquiera fue un combate. Se abrazaron y, entre risa y risa, celebraron el momento de esparcimiento que, como niños, se habían dado a sí mismos, y le habían regalado a las decenas de espectadores que siguieron el juego y que, por un momento, se olvidaron que había otra lucha, en el ring, a unos metros de distancia.

Ya había pasado todo, Igor ya se había retirado, la función de lucha libre se terminó, y, a su salida del lugar, Félix Salgado se acercó a este reportero y dijo, como en un susurro, como en complicidad, rememorando el encuentro con su amigo el periodista: «¡El porrazo de Igor…!»

Luego sonrió y se fue.

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