* «Ya muerto voy a llevarme nada más un puño de tierra», se oye cantar entre las tumbas
SANTIAGO HERRERA /
Acapulco, 1 de noviembre de 2017. En la entrada del panteón de Las Cruces, una canción funge como soundtrack entre las tumbas, que lucen tapizadas por flores de cempasúchil, mientras emiten un brillo dorado al contacto con el sol: “la barca en que me iré lleva una cruz de olvido”.
Desde la entrada se puede observar puestos ambulantes de comida, agua, refrescos, cervezas, veladores y flores, más gente llegando, familias enteras cargando flores, cubetas y herramientas para la limpieza de las tumbas.
Es casi imposible precisar la cantidad de gente que ingresa por minuto al panteón de Las Cruces durante el primer día de muertos. Afuera en la banqueta, largas filas de automóviles estacionados, un operativo de al menos 10 policías viales y cinco de movilidad intentan agilizar el tráfico.
La señora Bertha Carmona Torralba y su esposo Federico Díaz Calvo terminan la limpieza de la tumba de su familiar, él se limpia las manos con thinner, pues lucen manchadas con pintura verde, una vez que pintó el interior del mausoleo.
“Es la tumba de mi hijo, nosotros cada ocho días venimos a estar con él, es que no hay que olvidarnos, más que es nuestro hijo, mi mamá también está de aquel lado -y señala al fondo de las tumbas- ahorita vamos para allá”, dice la señora Carmona Torralba.
Cuenta que su hijo tiene 30 años de haber fallecido, y que desde que falleció han vuelto cada ocho días a visitarlo, continúan el Día de Muertos y pasan a la tumba donde está su mamá.
Entre los caminos del panteón es común ver a gente que se sientan a comer sobre las tumbas de sus familiares, algunos escuchan música y se toman unas cervezas, mientras vendedores ambulantes ofrecen comida, refresco, otros más flores o se alquilan para pintar tumbas.
Unos metros más adelante, en una tumba que luce cercada por herrería, dos jóvenes cantan con acordeón y guitarra en mano. En este punto el bullicio de la gente no se escucha, la estrofa de la canción es nítida “ya muerto voy a llevarme nomas un puño de tierra”. Un hombre y una mujer, quienes contrataron los servicios de los jóvenes que cantan, miran abstraídos la tumba, apoyándose en la herrería.
En una tumba pequeña que se perdía entre otras más, la señora Maura Bolaño Cortés, con un gorro calado hasta la frente para cubrirse del sol, limpiaba la pequeña tumba con una rama de almendro.
La señora Maura plática con una voz baja, mientras se detiene para pagar a uno de los niños que se ofrecen para acarrear agua hasta las tumbas, que ahí yace su bisnieto, a quien visita en repetidas ocasiones.
“Nació malito el niño, venía malito, era un niño especial y por más que le lucharon, este abril que viene cumpliría tres años”, dice, al mismo tiempo que se le humedecen los ojos.
“Seguido venimos, fue el primer niño, el bebé le echó ganas, es un dolor que uno no le desea a nadie, nació malito, nació el 2 de mayo y falleció el 3 de abril”, cuenta, mientras retoma con la rama de almendro la limpieza de la tumba.
Otra visitante más que llegaba al panteón, es doña Lucy, quien no quiso dar su nombre completo, señala que viene a visitar a su esposo, que murió hace 32 años, con una maleta, como le llaman a la paca de flores de cempasúchil, y cuenta que se gastó 450 pesos por las flores y unas cuantas veladoras.
En Acapulco existen un total de 120 panteones, entre ejidales, municipales y privados, según datos proporcionados por la Dirección de Panteones. Se esperan 120 mil visitantes a los panteones municipales con los que cuenta el municipio.