MARÍA TERESA JUÁREZ /
Ciudad de México, 1° de noviembre de 2019. Vamos al mercado a comprar papel picado, veladoras, flores de cempasúchil, buscamos sus mejores retratos, elegimos sus objetos más preciados, preparamos sus platillos favoritos: mole poblano, enchiladas, sopecitos, birria estilo Jalisco, tlayudas, pozole verde estilo Guerrero, quesadillas de queso -¡¿cómo no?!- pan de muerto y por supuesto tequilita, pulque o mezcal. Hay para todos los gustos. Un vaso con agua nunca puede faltar. Alivia la sed de nuestros difuntos. El viaje ha sido largo.
En algunas ofrendas también hay calaveritas de azúcar, figuras de barro, alfeñiques y una que otra alma de Sayula. Organizamos el altar, la preparación y disposición de los elementos forman parte del ritual.
Hay altares que incorporan en su arquitectura el famoso Árbol de la Vida. Ahí se tejen recuerdos: flores, fotografías y en ocasiones poemas, letras de canciones e incluso alguna joya pequeña de la persona amada.
Hermoseamos el interior de nuestros hogares para darles la bienvenida. En la calle, más ofrendas por todos lados: en oficinas, escuelas, mercados, plazas, composantos, jardines y qué decir de la majestuosa Ofrenda Monumental del Zócalo.
Se dice que en México hay tres fechas importantes: el 15 de septiembre, Día de la Independencia; 1 y 2 de noviembre, Día de Muertos; y el 12 de diciembre, cuando se celebra a la Virgen de Guadalupe. Dos de las tres conmemoraciones tienen un halo de espiritualidad que va más allá de una religión en particular.
Día de Muertos forma parte de una historia previa a la conquista de nuestro territorio por parte de los españoles, enriquecida con elementos de la religiosidad e idiosincracia del periodo colonial y la confluencia de diversas culturas. Sincretismo, le llaman algunos… resistencia cultural le llaman los pueblos originarios.
Agua, aire, tierra y fuego conforman la ofrenda, la cruz representa los cuatro puntos cardinales. Más allá de imágenes icónicas como La Catrina o La Llorona, el Día Muertos es umbral, danza sagrada y colorida.
El carácter festivo es uno de los elementos más notables de esta conmemoración. Honramos la Vida así como honramos la Muerte, no desde la agitación necrofílica de una época que nos ha obligado a presenciar incontables horrores. El Día de los Fieles Difuntos es un canto a la dignidad, al amor y a la memoria.
Queremos llorar a nuestros muertos, encontrar a nuestros desaparecidos. Deseamos derrotar el oscuro terror de la incertidumbre… porque deseamos vivir.
Los muertos de este país… nuestros muertos.
Los desaparecidos de este país… nuestros desaparecidos.
Las lágrimas de sus amigos y familiares… nuestras lágrimas y nuestros sueños.
Salgamos a la calle a recorrer sus pasos y a honrar su memoria.
Que no se olviden sus nombres, ni sus rostros, ni sus cuerpos.
Que la violencia del olvido no borre sus nombres, todos sus nombres… son los nuestros.
Y que no nos falten las palabras para nombrar esta guerra, pero que tampoco nos falten todas las palabras para nombrar e invocar al amor.A nuestros amados difuntos, porque hoy también celebramos la vida.
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