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Mario García Rodríguez / ANASA

CHILPANCINGO, GRO.,- Con el sol cayendo a plomo sobre la tierra de Chilpancingo, Félix Salgado Macedonio, llega puntual a su cita con el pueblo. Su figura es inconfundible: pantalón de mezclilla gastado por el trajín, playera negra con el nombre de su película «TETANO» tatuada en letras blancas, sombrero calentano encajado con orgullo y huaraches de Tlapehuala que parecen contar historias de caminos recorridos. No hay pose ni protocolo; es el “Toro”, como lo llaman, en su esencia más pura.
En Niños Felices, un mar de rostros lo espera. La mayoría son mujeres, con los ojos brillantes de esperanza y las manos listas para aplaudir. Apenas pisa el suelo, un coro espontáneo estalla: “¡Hay Toro! ¡Hay Toro! ¡Hay Toro!”. El grito retumba como un eco de cariño, un canto que no necesita ensayo porque brota del corazón. Félix sonríe, saluda con la mano, haciendo la V de la Victoria en alto y se mete entre la gente como quien llega a casa.
Dicen que la generosidad de este senador morenista no conoce límites, y no es solo un dicho. Lo mismo escucha con atención la petición de un empresario de recursos que la de una vendedora de paletas que apenas junta para el día. No hay jerarquías en su mirada; para él, todos son pueblo, todos son Guerrero.
“¡Cocho!”, suelta Félix con esa chispa que lo caracteriza, mientras se dirige a Nicolás López, un campesino de la región serrana. Nicolás, con su ropa sencilla y las manos curtidas por el trabajo, se anima a hablar: “Senador, allá arriba en la Sierra necesitamos una máquina para abrir caminos. La gente lo invita a que suba, a que conviva con nosotros y escuche lo que nos hace falta”. Su voz tiembla un poco, pero hay firmeza en su petición.
Félix lo mira fijo, asiente con la cabeza y, sin dudarlo, responde: “Ahí estaré, a la mayor brevedad”. No hacen falta más palabras. El compromiso está sellado con ese gesto simple, pero cargado de intención. La multitud estalla en aplausos, y el “¡Félix, Félix, Félix!” se eleva como un rugido que sacude el aire.
En cada paso, en cada saludo, Salgado Macedonio lleva consigo esa humanidad que no se aprende en libros ni se finge en discursos. Es el “Toro” que no solo embiste las injusticias, sino que también abraza a su gente, desde las cumbres de la Sierra hasta las calles polvorientas de Chilpancingo. Y mientras el eco de los gritos sigue resonando, queda claro que, para él, el pueblo no es solo una palabra: es su vida entera.

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