DAVID RAMÍREZ SANTIAGO /
El cohetero Juan que se impregnaba de aguardiente, como una esponja ávida, anoche le han encontrado muerto en la mitad de la carretera a su pueblo, atropellado por un vehículo anónimo, por un carro fantasma de faros irónicos como risa de luz.
El desconsuelo ante una prosperidad trunca de sobrevivir con un pedazo de tierra para sembrar maíz lo llevo a lanzar al cielo sus cohetes de azufre y carbón. La pobreza se ensañó en su espíritu de un ensueño dorado de triunfo. El aguardiente o los licores inmisericordes se clavaron hondamente con garras lacerantes en su alma de ser humano. Divagaba por esos parajes verdosos de su pueblo dominado por esos tristes pensamientos, ambulando con paso tambaleante en un atardecer de trinos y cantos de pajarillos.
Vivía en la angustia incesante de la evasión ante la tragedia canalla y vulgar del vivir humano. Con un rictus de amargura en sus labios contraídos, sus manos temblorosas y endurecidas, recogía en la ciudad las monedas consabidas de todos los sábados en la tarde.
Su voz aguardentosa ya no modulará el saludo cordial de siempre, acaso el más sincero de todos los saludos. El peso de una llanta culpable como manos del destino, rasgó esa estampa popular en pedazos que aún quedan revoloteando al viento a todo lo largo del camino.
Me clava la espina una duda: ¿Se quedó dormido en media carretera o él mismo quiso dormir el sueño del que no se despertaría jamás?
Al cohetero Juan le extrañaremos sobremanera: Yo, que me había acostumbrado a su presencia de todos los sábados; y la anciana madre para quien él era el hijo consentido pero desperdiciado que se había hundido para siempre en la fría incomprensión de las gentes, y en los paraísos diabólicos del alcohol. Allá en la eternidad le estará pidiendo al buen Dios la última copa de aguardiente, y aquí dejara de pedir monedas a todos los que le extendimos algunas.
Pasó ya, te vas, te pierdes, desapareces con la voz de tus cohetes que truenan en las escaramuzas de esta ciudad cohetera.