Esta es la historia de cómo el levantamiento zapatista llegó a Cuanacaxtitlán, Guerrero, una comunidad indígena que en 1994 todavía resentía el abandono del Estado y la guerra permanente que el gobierno y los militares le declararon a la organización y los pobres de México
Por Kau Sirenio @kausirenio
Hace treinta años yo estudiaba en la Escuela Secundaria Técnica No. 89 República Francesa, de Cuanacaxtitlán, municipio de San Luis Acatlán, Guerrero; una comunidad indígena de la parte alta de la Costa Chica donde en esos días ya había radio y televisión. Sin embargo, en mi casa sólo teníamos un radio que con trabajos se oía, porque en esa zona la señal era pésima. Con todo y eso, pude escuchar en el noticiero Formato 21 los primeros reportes del levantamiento zapatista en Chiapas.
Aunque la información fue muy escueta, alcancé a oír el extracto de la Primera Declaración de la Selva Lacandona, manifiesto del Ejercito Zapatista de Liberación Nacional (EZLN). A esa edad, yo no estaba politizado ni ideologizado. Vivía como cualquier otro niño de una familia común y corriente. Sin embargo, me parecía muy interesante saber que los pueblos indígenas, por fin se sacudían de tantas injusticias.
El 10 de enero de ese año regresamos a clases. Entre la plática con mis profesores les lancé una serie de preguntas. Quería saber más sobre los zapatistas. Ninguno de mis maestros pudieron proporcionar información más detalla de lo que pasaba en Chiapas.
Nadie supo explicar por qué los indígenas habían tomado las armas para decirle al capitalismo voraz que el Tratado de Libre Comercio afectaban a los campesinos y a los pueblos y comunidades indígenas, incluidos, desde luego, los del sureste mexicano.
Una semana después, escuché en el mismo noticiario la lectura de la Segunda Declaración: «¿De qué nos van a perdonar?…».
Ese fue el primer discurso que oí completo; pero yo seguía con muchas dudas. Esto me sirvió para empezar a cuestionar la falta de servicios básicos en Cuanacaxtitlán.
En ese entonces, era común que niños murieran de enfermedades curables porque no había médicos; que heridos murieran durante el traslado en camilla a buscar atención a la cabecera municipal; y las muertes maternas iban en aumento, sobre todo en verano.
En materia educativa, por ejemplo, en la Técnica 89 no había maestros de asignaturas. Al menos durante primer y segundo grados no tuvimos profesor de matemáticas ni de educación artística. En las escuelas primarias Vicente Guerrero y Profesor Faustino García Silverio se habían quedado sin profesores.
Justo en ese año llegó a su pico más alto la violencia en la Costa-Montaña, asesinatos, asaltos, mujeres ultrajadas. La ausencia del Estado mexicano llevó a las comunidades ñuu savi, me’phaa, nahua y mestiza a organizarse para crear su seguridad comunitaria en 1995.
Así emergieron distintos movimientos y liderazgos indígenas que colocaron en la agenda nacional el debate sobre los derechos y cultura indígenas. En Guerrero se potencializó el Consejo Guerrerense 500 Años de Resistencia Indígena (500 ARI), una de las primeras organizaciones indígenas que expresó su apoyo al EZLN y envió delegados a las mesas de diálogo en Chiapas.
El 4 de enero, el Consejo Guerrerense 500 Años de Resistencia Indígena salió en una caravana de Chilpancingo hacia la Ciudad de México para demandar cese al fuego en contra de la población civil en Ocosingo y otras comunidades que el Ejército mexicano y la Fuerza Aérea bombardearon durante varios días.
Era un año complicado: 1994. Entraba en vigor el TLC; el proceso electoral para elegir al presidente de la República, senadores y diputados federales había iniciado, mientras que las poblaciones indígenas visibilizaban la pobreza en que vivían.
En Guerrero, el cacicazgo de los Figueroa se sostenía gracias a la fórmula «dinero, destierro o entierro». La guerra sucia todavía seguía en marcha. En San Luis Acatlán y Atoyac, cientos de familiares buscaban a los desaparecidos por elementos del Ejército mexicano, por la policía estatal y por la judicial.
Aún recuerdo cuando los militares entraron sin una orden judicial a varios domicilios para buscar armas de fuego. Las detenciones arbitrarias eran cosa común en Cuanacaxtitlán. Y, precisamente, estos abusos fueron denunciados en la Segunda Declaración de la Selva Lacandona.
De lo poco que entendí en esos días agitados de esa segunda declaración, se mantiene en mi recuerdo un juego de palabras: «¿Los muertos, nuestros muertos, tan mortalmente muertos de muerte “natural”; es decir, de sarampión, tosferina, dengue, cólera, tifoidea, mononucleosis, tétanos, pulmonía, paludismo y otras lindezas gastrointestinales y pulmonares?».
Porque la muerte estaba sentada con nosotros, supe que no éramos los únicos que vivíamos en esa condición. Aún sin lectura, porque en el pueblo no teníamos biblioteca, se despertó en mi conciencia adolescente la necesidad de luchar para cambiar esa lacerante realidad. Fue así que empecé a buscar más información sobre los pueblos indígenas de México.
En treinta años, el movimiento zapatista trajo cambios importantes para las comunidades indígenas, como las distintas reformas en materia indígena que surgieron en las mesas de dialogo de San Andrés Larráinzar, Chiapas; además, con estos procesos organizativos de los pueblos y comunidades indígenas, se fortalecieron organizaciones comunitarias como la Coordinadora Regional de Autoridades Comunitarias (CRAC), en Guerrero.
De los líderes indígenas de aquellos días, algunos fueron alcanzados por muerte natural, otros fueron desaparecidos y asesinados. Pero otros, aprovecharon la oportunidad y terminaron como viles oportunistas, revisionistas y reformistas que abrazaron a los partidos políticos para conseguir cargos en el gobierno o alguna diputación en el Congreso de la Unión o en el congreso local
Ni uno de estos diputados indígenas ni funcionarios indígenas empujaron reformas con visión comunitarias, a pesar de que casi juraron con sangre que regresarían a sus comunidades para reconstruir el tejido social de las comunidades.
A pesar de ello, los logros alcanzados a treinta años de iniciado este movimiento, no beneficiaron solo a los indígenas de los estados del sur, sino que impactaron a todos los pueblos indígenas del mundo.
Por los zapatistas asesinados por el Estado mexicano, no un minuto de silencio, sino toda la vida en resistencia.