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* Palabras expresadas durante el acto protocolario para la apertura de instalaciones y archivos militares para investigar la guerra sucia

MICAELA CABAÑAS AYALA   /

 

Campo Militar No. 1, 22 de junio de 2022

Es para mí un honor representar hoy la voz de las víctimas y sobrevivientes a esta barbarie de la mal llamada guerra sucia. No obstante, tengo que decir, ¿por qué nosotros estuvimos aquí?, ¿cuál fue la motivación?

Lucio Cabañas Barrientos, que hoy tendría 84 años, que nació en un pueblito de la comunidad de El Porvenir, del estado de Guerrero. Este señor, que fue maestro, maestro rural, que se preocupó por las causas nobles del pueblo, en un afán de defender en un mitin que era simple y sencillamente de padres de familia, fue tratado de asesinar, y el pueblo, por el cariño que le tenían, lo protegió, y así murieron las 11 personas en el zócalo de Atoyac, el 18 de mayo de 1967. He ahí, pues, el inicio de la guerrilla del maestro Lucio, que fue obligado por el gobierno de entonces, a hacerse pueblo, a ir a las montañas y a pedir justicia y a organizar al pueblo para pedir justicia.

A partir de esa fecha, y durante los siguientes siete años, Lucio se mantiene en rebelión, y lucha por la transformación de las condiciones de vida, la opresión y la miseria de los campesinos, mediante la organización de los pueblos de la sierra de Guerrero. Funda, pues, el Partido de los Pobres y la Brigada de Ajusticiamiento, núcleo base para la formación de ese grupo. Ellos hicieron campamento muy cerca de Atoyac, muy cerca, en un cerro, La Patachúa. Transcurrieron siete años de esa lucha, donde muchos de ustedes estuvieron y participaron, y con sus ideales iban haciendo pueblo, como él decía, iban despertando las conciencias, iban recorriendo poblados, para así volverse fuertes en contra de esos gobiernos opresores.

Fue así como un 2 de diciembre de 1974, en un comunicado el general Cuenca Díaz, secretario de la Defensa Nacional de ese entonces, informó que en el Otatal, Guerrero, grupos militares se enfrentaban con rebeldes, donde resultaran muertos el maestro Lucio, Roberto, Arturo y René. Eso fue lo que se dijo.

Ese 2 de diciembre, en el último enfrentamiento con tropas militares, iniciando un tiroteo, en esa selva cafetalera y en ese cerro llamado el Otatal, Lucio Cabañas, al percatarse de que ya no había salida, gritó fuertemente: “hasta que se les hizo, pero les aseguro que no les voy a dar el gusto de que me maten ustedes”. Se colocó su arma en el cuello, y se disparó. Cayó herido mortalmente, y un capitán corrió, el capitán Bravo Torres, del Ejército, y le dio el tiro de gracia, y lo asesinó. Él fue sepultado clandestinamente en Atoyac, en el panteón municipal. Ahora, después de tantas luchas de la familia Cabañas, y de muchas organizaciones sociales, se logró recuperar el cuerpo y hoy está sepultado donde debe de estar: en el zócalo, en la plazuela, de Atoyac de Álvarez, donde permanece un obelisco.

El Partido de los Pobres, organismo que nació desde las entrañas más profundas del pueblo mexicano, y la guerrilla del maestro Lucio, que nace también como una forma de autodefensa, pareciera que fue acabada. Esa, pues, fue la historia, nuestro comienzo, para llegar hasta el día de hoy.

Tengo que decirles, que soy orgullosamente la única hija del maestro Lucio Cabañas Barrientos y la señora María Isabel Ayala Nava. Tras el cerco que perseguía a mi padre, un noviembre de 1974 en alguna casa del poblado de Tixtla, Guerrero, fuimos aprehendidos mi abuela, mis tíos, mis primos. Todos éramos niños, fuimos aprehendidos y fuimos llevados, a este recinto donde en este momento se hace vergonzoso decirlo, pero en aquel tiempo era algo muy normal. Apenas cumplía dos meses de edad. El campo militar en ese entonces era considerado el centro clandestino de reclusión más grande de esa época. Y quiero decirles que ahí empezó nuestro calvario cuando llegamos aquí. Mi madre fue torturada, fue violada y fue ultrajada, pero me defendía, porque dice que en las noches llegaban los militares y me tomaban de un pie y me ponían una pistola en la cabeza y decían: “dinos dónde está Lucio”. ¿Pero a dónde estaba, si ellos ya los habían matado? ¿A dónde estaba Lucio? Ella no podía decir nada. Debo decir también que mi madre era una adolescente, que tenía 14 años.

Quiero decirles también que yo llegué aquí de dos meses, y en algún lugar de este edificio, yo aprendí a caminar, aprendí a correr y a decir mis primeras palabras. En este lugar y con el cobijo de mi madre, y de toda la familia Cabañas que aquí nos encontrábamos en la clandestinidad -porque así lo dijeron el gobierno de ese entonces- sufrimos tortura, tortura física, moral y psicológica, y muchas otras violaciones, incluidas las sexuales, puesto que mi madre salió de aquí, embarazada del gobernador de ese entonces del estado de Guerrero, que a mí, disculpen la palabra, me da hasta asco pronunciar su nombre. ¿Y saben por qué? Por el único hecho de ser familiares del maestro Lucio. Solamente por eso.

El maestro Lucio, simple y sencillamente fue un luchador social y un defensor de los derechos humanos de aquel entonces. Por más de 50 años, la familia Cabañas ha sido invisibilizada, han querido borrar toda esa historia que nosotros tenemos que contar. Sin embargo, estamos aquí y yo agradezco a las autoridades que hoy gobiernan nuestro país, porque nos están dando esa voz, porque nos están dando ese paso para que nosotros podamos acceder a la justicia. Sin embargo tengo que decirles que con nada, con nada nos van a pagar todo lo que pasamos y todo lo que sufrimos en estos lugares, con nada nos van a regresar a nuestras personas y familiares que quedaron en la espera de justicia. Se están yendo y no llega. Tengo fiel confianza en esta nueva comisión, tengo confianza porque sé quiénes la están dirigiendo, y tengo confianza principalmente en quien dirige el país.

Aquí, en este lugar, donde muchos niños y niñas, y adolescentes revolucionarios, de pensamientos liberales y progresistas, que tenían la ilusión de cambiar sus entornos de justicia, aquí es donde vieron apagadas sus aspiraciones de un nuevo México, y de un pueblo donde hubiera oportunidades de progreso para la población más pobre y desprotegida. Aquí en este lugar, donde muchos desaparecieron, y donde muchas familias están a la espera todavía en casa, de verlos regresar, queremos accesar a la justicia, queremos que nuestros familiares regresen. Yo quiero justicia por el asesinato de mi padre y de mi madre. Yo quiero acceder a esa justicia. Yo confío.

Señor presidente, no quiero desaprovechar la oportunidad de darle las gracias por todo lo que ha hecho por nuestro país en estos últimos tres años, de darle las gracias porque ha abierto estas puertas de estas instituciones que para nosotros era impensable. Y nosotros, los sobrevivientes, que tengamos confianza, que tengamos fe, que nuestras verdades van a ser rescatadas y que el acceso a la justicia va a llegar por fin.

No puedo dejar de decir que Lucio vive en los corazones de toda la gente que está consciente de que hay un cambio y que tenemos que seguir accesando a él. Él vive en mi corazón y en el corazón de todos ustedes.

 

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