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* En California, la pandemia dejó a los migrantes indocumentados sin derecho a recibir apoyo para compra de comida y acceso a servicio médico. Lo único que esperan es la ayuda de las iglesias y organizaciones sociales

TEXTO Y FOTO: KAU SIRENIO  /

California, 18 de abril de 2020. Antes de que el mundo supiera de la pandemia covid-19, en el suroeste de San Francisco, campeaba la esperanza entre los migrantes que llegaron de todas partes del sur. La mayoría arribó con el olor y sabor de su cocina. A la comida mexicana le fue fácil encontrar maridaje con el vino de la región, muy propio de los granjeros de Livermore. Sin embargo, después del 13 de marzo, nada fue igual, todo ha quedado desértico y los olores y sabores se esfumaron.

El chef mexicano Gerardo Manzano Emiliano recuerda con nostalgia el pasado de Livermore. Lo hace como si el encierro lo volviera más viejo y abandonado en una ciudad que se niega a morir de la pandemia. Para los mexicanos que viven aquí, si no trabajan no comen, tampoco pueden pagar la renta.

-Viene lo peor -advierte Gerardo.

-¿Qué sería lo peor de todo esto? -pregunto al chef.

De otro lado de la línea telefónica, la voz de Manzano Emiliano se pierde, tarda minutos en contestar, la pregunta lo enmudeció, pero vuelve a la conversación, más repuesto para seguir platicando.

“Todo está cerrado, tu conoces las calles de Livermore, has estado aquí, ¿Ves que hay muchos negocios de comida?, ahora todo están cerrados, ni siquiera las moscas se asoman”, suelta con un dejo de sentimiento.

La calle uno de la que habla Gerardo es el andador de los sabores del mundo. Hasta allí llegan hombres de negocios y activistas de San Francisco a reuniones. Del lado oriente está el restaurante mexicano “El Charro”, muy conocido por su sazón michoacano, y no se diga de sus mole. En su mejor momento vendían cientos de platillos. Con esta pandemia apenas vendió un platillo para llevar.

Con el cierres de restaurantes, cantinas, cafeterías en Livermore todo se apagó, solo encuentra uno en las calles a trabajadores de la construcción y jardinería. Los meseros, ayudantes de cocinas, cocineros, chef, lavaplatos, barman y gerentes buscan desesperados juntar para la renta, antes de que los caseros los echen a la calle.

Sin apoyos

El chef mexicano confiesa que la pandemia lo ha aislado de su pasión. Antes, no dejaba ni un rato la cocina. En su horario de descanso llegaba a su casa y seguía cocinando. Se la ingeniaba para hacer tamales de iguana o salsa de chicatanas (hormigas) que les mandaba desde su pueblo natal, Cuanacaxtitlán, municipio de San Luis Acatlán.

Con la cuarentena decretada por el gobierno estadounidense, en la cocina de Gerardo sólo se guisa lo suficiente para el día: “No es tiempo de cocinar por cocinar, ahora es momento de racionar la comida o nos quedamos sin comer”.

La pandemia dejó a los migrantes indocumentados en la nada. Sin derecho a recibir apoyo del gobierno federal para compra de comida y acceso a servicio médico, lo único que esperan es la ayuda de las iglesias y organizaciones sociales de California.

“Muchos compañeros se quedaron sin trabajo y sin dinero, y no dudes que también se les está acabando la comida. Bueno, podemos comer de lo que sea, podemos buscar hierba en los campos de uva. Pero no podemos buscar dinero ahí, y si no tenemos dinero cómo vamos a pagar la renta”, explica.

Antes que entrara la cuarentena en Livermore, varios cocineros, meseros y ayudantes de cocinas migraron hacia los campos agrícolas, de Santa María, Bakersfield y Oxnar California para emplearse en el corte de fresa o en la poda de uva, pero ni ahí han encontrado trabajo, a los que les fue bien, lograron trabajar 20 horas en 15 días.

Riesgo por hacinamiento

La crisis arrasa parejo en California, dice Gerardo Manzano y presagia lo peor: “Me preocupa el contagio masivo de coronavirus en esta región. Tú sabes que la renta es muy cara aquí, lo más económico es de 2 mil 500 dólares al mes, eso hace imposible que los paisanos puedan de dos a tres personas”.

Agrega: “Así que se juntan de ocho a 12 personas para rentar un departamento. Sólo así pueden juntar algo de dinero para mandar a México. Pero el problema que se avecina ahora es el contagio masivo en esa vivienda donde conviven más de tres personas. Si sale uno a la calle a comprar comida y se contagia, ten la seguridad que se enferman todos”.

Manzano Emiliano olvida un rato los sazones que llevó de Guerrero para detallar más de lo que se vive en Estados Unidos: “No sabemos quién nos va a echar a la calle, si los caseros, la pandemia o el hambre. Esto no pinta nada bien. El paraíso que creíamos haber construidos se nos cayó en mal momento”.

Mientras esperan que pase la pandemia confinados en sus viviendas, los migrantes empiezan a tejer relaciones con organizaciones sociales e iglesias para que les ayuden a sobrevivir esta crisis que golpea a todo y en todas parte del mundo.

Cortesía de PIE DE PÁGINA

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