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KAU SIRENIO*    / PIE DE PÁGINA

 

En Guerrero la Escuela Normal Raúl Isidro Burgos de Ayotzinapa es el refugio para los jóvenes. Una familia para los muchachos indígenas que dejan sus comunidades para continuar sus estudios, más cuando no tienen dinero para estudiar en las ciudades. Ahí, aprenden a domar el miedo y a luchar por un sueño de ser maestros rurales.

Así como lo cantan los normalistas en el himno a Ayotzinapa: La esperanza de un hogar, para la familia que no tiene forma de pagar los estudios de sus hijos en las universidades. Es la casa de los soñadores que deciden cambiar su realidad como los profesores Othón Salazar, Lucio Cabañas.

Un día platiqué con José Luis García de la Cruz. Me contó que de niño escuchaba en la conversación de sus abuelos cuando repetían “Ayotzi”. Sabía que con Ayotzi se referían a la tortuga, pero no le daba importancia porque era parte de su vida en la comunidad.

“Mi abuelo decía Ayotzi cuando veía las tortugas. No me causaba risa porque las tortugas eran parte de mi infancia”, recuerda. Hasta que fue por mi ficha de ingreso en la Escuela Normal Raúl Isidro Burgos de Ayotzinapa supo que no es solo el río de tortugas, sino: “Cuna de la conciencia social”.

Nació en la comunidad me’phaa, Tierra Blanca, municipio de Acatepec, donde se dedicaba a pastorear las cabras por las tardes. Cuando podía ayudaba a su papá en la siembra de maíz, frijol, calabaza, tomate y chile.

Regresó para hacer el examen de ingreso, luego la semana de prueba, es ahí cuando se cristalizó su sueño de ser profesor. “Es el lugar que siempre busqué para estudiar, porque en la ciudad no pude hacerlo. Aquí tengo la seguridad que voy a terminar mi carrera, porque no pude hacerlo en la universidad por falta de dinero y empleo así que dejé la carrera de ingeniería, y me vine aquí”.

García de la Cruz encontró en Ayotzinapa amigos que compartían la misma pobreza, con ellos se integró en actividades agrícolas cuando eran pelones. Ahí le hablaron del normalismo rural y de la lucha de clases. “Aquí uno se desenvuelve como si estuviera en el pueblo, la relación con los compañeros es más amigable. Recuerdo cuando llegué a la Normal, yo no podía hablar ante público de más de cinco compañeros, me daba pavor cuando tenía que hacerlo, pero ahora lo hago sin tantos problemas”.

El en los círculos de estudios aprendió a defender lo que le pertenece, la familia, la salud, educación y el respeto a su persona como indígena. “Defender tus derechos como persona, colectivo o pueblos y comunidades indígenas es básico, eso lo aprendí de mis compañeros al ingresar en esta Normal. Porque un pueblo callado jamás será escuchado, ante tantos abusos del poder y represión”.

Los planes de José Luis eran ser ingeniero civil, así que se inscribió a la Universidad Autónoma de Guerrero (Uagro), pero solo cursó la carrera un año, porque no pudo integrarse a la comunidad estudiantil. Otro factor que impedía su estancia en Chilpancingo, Guerrero, era el dinero para pagar la renta donde vivía.

Las necesidades que tenían los campesinos su pueblo lo llevaron a pensar en ser maestro, fue así como se animó a estudiar en Ayotzinapa. Cuando platicamos con él, estudiaba la licenciatura en primaria con enfoque intercultural bilingüe.

En la normal de Ayotzinapa, encontró ayuda para seguir con sus estudios, beca para práctica docente, el internado y el comedor; uniformes escolares, así como lo dice él, es segunda casa, aunque sea poca comida, pero lo tiene. En Tierra Blanca comía carne una vez al mes, de ahí, come calabaza, frijol, salsa de jitomates y quelites.

En la Normal de Ayotzinapa se integró a la rondalla Romance, y rápido aprendió el Himno a Ayotzinapa, y boleros como: Qué lástima, Mi gran amor, Te lo pido por favor, Linda juventud, Soy yo, Cenizas y fuego.

La formación de José Luis, así como la de profesores indígenas en las aulas de la normales rurales, así como la relación con los campesinos refuerza los aprendizajes que adquirieron desde el seno de la familia y la comunidad de origen. Además, les dota de herramientas para arraigarse en las comunidades indígenas de la Montaña de Guerrero.

Hasta ahora, el internado de Ayotzinapa es la madre anónima de los maestros normalistas. Los ha salvado de migrar a los campos agrícolas, de cruzar la frontera, de caer en la pobreza extrema y de enrolarse en la delincuencia organizada. Con las herramientas que los profesores recibieron de ella, ha contribuido a democratizar el país. Por esto debemos de pugnar para que las normales rurales continúen en la formación pedagógica de los jóvenes indígenas.

El presente artículo se publicó originalmente en Pie de Página. Con autorización de su autor, se reproduce en La Plaza. La publicación original, AQUÍ

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