-¿Qué es? -me dijo.
-¿Qué es qué? -le pregunté.
-Eso, el ruido ese.
-Es el silencio
Juan Rulfo
MARISOL WENCES MINA /
Barricadas, guardias nocturnas en las bocacalles, unos cuantos disparos a lo lejos y el silencio pesado, denso, cuando por momentos no hay ruidos. Acapulco podría ser un espacio salido del imaginario de Juan Rulfo, no sólo porque las personas los primeros días íbamos caminando con la misión de saber si nuestros seres queridos estaban vivos o muertos, sino por los ruidos que se volvieron el son de casi 24 horas: arrastres de láminas, paleadas de lodo y piedras, ramas siendo quebradas, escombros aventados de un lado a otro, personas arrastrando carritos o cajas de mandado llenas de productos de rapiña; a cierta hora el silencio, pesado, denso como la oscuridad que la falta de electricidad nos trajo. Es pesado ese silencio. El silencio del Estado, porque la ausencia fue escandalosa los primeros cinco días.
Foto: Roberto Gustavo Ramírez Wences
Horas antes
Antes del mediodía del martes la gobernadora Evelyn Salgado Pineda ya había suspendido su informe de labores con motivo de su segundo año de gobierno (estaba programado para el jueves 26), y también había declarado suspensión de clases para esa tarde y el día siguiente.
Durante una conferencia en la que estuvieron autoridades del Ejército, Marina, Seguridad, presidencias municipales de toda la franja de Guerrero que colinda con el océano Pacífico, incluidas las de Acapulco y Zihuatanejo. El punto de alerta era Tecpan de Galeana, pues apenas el 9 de octubre había recibido el impacto de la tormenta Max.
El ejército informó que ya venían en camino una cocina comunitaria y ya habían sido enviados alimentos, agua, tortilladoras; la alcaldesa de Acapulco, Abelina López, informó que los albergues estaban listos. Cuando escuché esa información me extrañó que tomaran esas previsiones. Se me hacía extraño. El pronóstico decía que Otis tocaría tierra en Tetitlán, municipio de Tecpan, pero que antes pegaría duro en Acapulco. No sabíamos cuánto.
Sin embargo, Otis comenzó a romper pronósticos y modelos de predicción. Escaló a huracán 1 y apenas estábamos dando cuenta de ello y el gobierno estatal emitiendo alertas cuando Otis ya iba creciendo a categoría 2. Fue entonces cuando muchas personas fueron a comprar alimentos para varios días, acostumbradas a que las lluvias no permiten salir.
De pronto Otis ya era categoría 3 y antes de las 6 ya era un peligroso huracán 4. En los grupos de WhatsApp de vecinos y familiares comenzaron a correr los avisos y videos de alerta. El gobierno del estado mandó cuadrillas a las zonas de playa para avisar que se venía encima un huracán.
En la red social X, alrededor de las 6 de la tarde del martes 24, meteorólogos privados y Sky Alert Storm mostraron que Otis en realidad entraría por Acapulco y que lo haría quizás como categoría 5, la más alta de la escala. Sin embargo, hasta las 8:25 de la noche el presidente Andrés Manuel López Obrador compartió en sus redes sociales que “Otis entrará al territorio con categoría 5 entre Acapulco y Tecpan de Galeana de las 4 a las 6 de la mañana”. Informó que estaban en marcha en Plan DN-III-E y el Plan Marina”.
Por su parte Sky Alert Storm informó que Otis a las 8:50 de la noche ya era categoría 5 y estaba a 90 kilómetros al sur sureste de Acapulco y a las 9:49 informó que Otis tocaría tierra en las primeras horas del miércoles, adelantándose a todo pronóstico.
Todavía había energía eléctrica, los medios locales compartían la información, en los noticieros nacionales se dio cuenta de la peligrosidad inusitada de este huracán, el primero de esa categoría en tocar tierra en el Pacífico nororiental.
Algunas personas fueron a centros comerciales a abastecerse de alimentos y en redes sociales cundía la preocupación. Los y las periodistas seguían con su labor mientras los vientos ya se sentían muy intensos. A las 11:30 de la noche se fue la luz.
Día 1 miércoles 25 de octubre
Tomé mi computadora, mi cargador, teléfono y le dije a mi hijo: “vámonos a la recámara”, allí estuvimos acostados un rato escuchando el aullar el viento. Los ventanales comenzaron a sacudirse de manera tremenda, como nunca antes. Cuando se fue la luz y la puerta de la recámara comenzó a retumbar, me levanté para detenerla con los brazos; estaba cerrada y con seguro, pero aún así se movía.
Después mi hijo se unió y entre los dos estuvimos atrancando la puerta. Se escuchaban las láminas volando, ruidos de vidrios rompiéndose. Me imaginaba el apocalipsis afuera. Los brazos se nos estaban cansando. Mi hijo comentó que seguramente el ojo del huracán ya estaba pasando sobre nosotros. Pusimos un mueble pesado contra esa puerta y corrimos hacia el baño. Desde la oscuridad se escuchan los golpes. Sentíamos que el edificio se movía. Entonces se escuchó un crujir tremendo, los ventanales se rompieron y entraron las ráfagas mas fuertes. La puerta del baño también comenzó a moverse y a pesar de que estamos en un segundo piso el agua ya nos llegaba a media pantorrilla. La señal de celulares e internet iba y venía; el ultimo mensaje pudimos enviarlo a las 2:50 de la madrugada.
Foto: Roberto Gustavo Ramírez Wences
La fuerza de los vientos provocó cambios de presión tales que del inodoro y de las coladeras salían corrientes de aire bufando.
Fueron las dos horas más horribles que seguramente la mayoría de los acapulqueños hemos vivido.
Yo no sabía si llorar, sentía un nudo en la garganta; a las 3:30 de la madrugada del miércoles salimos del baño con mucho cuidado porque había vidrios rotos por todos lados. Nos acostamos en una recámara que solo tenía inundaciones y a la que los ventanales le quedaron intactos. No creo que muchos hayan podido dormir.
No estábamos preparados para el panorama que nos sorprendió al salir el sol. Era como si nos hubiera caído bombas por toda la ciudad, como si Acapulco fuera escenografía hecha toda de unicel.
Foto: Marisol Wences Mina
A las siete de la mañana salimos a caminar por la colonia. Bajamos por la avenida Niños Héroes, una de las principales del puerto, ubicada en la colonia Progreso, llena de comercios. La gente ya estaba afuera, había mucho lodo y láminas galvanizadas tiradas; demasiados árboles caídos o pelones. Ejemplares vetustos arrancados desde la raíz. Los cerros como si fuera tiempo de sequía, como si un mal jardinero hubiera cortado todas las hojas y dejado sólo las ramitas y los tronquitos.
Semáforos tirados, carros amontonados y llenos de arena. Bajamos hacia la Costera y en el trayecto se veía a la gente angustiada comenzando a levantar los escombros.
Foto: Roberto Gustavo Ramírez Wences
En nuestro andar pasamos por tres grandes tiendas, dos de la cadena Soriana y una Aurrerá, además de varios minisúper Oxxo. Todos tenían daños en las puertas, lodo y agua en su interior, pero al menos hasta las 9 de la mañana de ese día no habían comenzado los saqueos.
Regresamos a casa aún con lluvia; decidimos descansar un poco. El ruido me despertó: gente como hormigas iba subiendo por la avenida con carritos de supermercado llenos de mercancías, jóvenes en motocicleta con pantallas de televisión, personas empujando lavadoras, cargando colchones.
Foto: Marisol Wences Mina
Los saqueos comenzaron antes del mediodía.
También había muchas personas caminando en búsqueda de sus familiares. Emprendimos el camino hacia la colonia Hogar Moderno a buscar a mis padres y hermana. Vimos el icónico Mercado de la Progreso sin techo, el lugar donde los domingos se acostumbra ir por un bolillo con relleno de puerco y la tradicional bebida llamada chilate, está destrozado. Las canchas donde juegan los niños también se quedaron sin techo. Nos sorprendió ver la iglesia San Cristóbal sin sus vitrales, esos que veía desde niña cuando iba al catecismo.
Foto: Roberto Gustavo Ramírez Wences
Por la avenida Durango llegamos al Mercado Campesino que colinda con el Mercado Central: todo destruido. Al avanzar, la dimensión del desastre fue tomando más forma. En horas el tiempo regresó más de un siglo: sin luz, sin teléfonos, sin vías transitables. En la calzada Pie de la Cuesta las tiendas Chedraui y Aurrerá se estaban vaciando.
Comenzaron a circular muchos jóvenes en las motocicletas sustraídas de las tiendas, para seguir con los acarreos. Después de verificar que la familia estuviera bien, emprendimos el regreso ahora por avenida Ejido. ¿De verdad esto es Acapulco? -me preguntaba incrédula al ver hasta las tiendas de azulejos saqueadas, centenas de gente caminando por la calle con los ojos llenos de incertidumbre, una farmacia totalmente vacía, sin una sola cajita y con todo roto.
Video: Marisol Wences Mina
En la avenida Constituyentes también decenas de personas se estaban llevando lo que podían: en taxis, en camionetas de carga o en carros particulares. La rapiña desconoció poder adquisitivo. Hubo cargamentos de tres refrigeradores, de tres lavadoras y una moto, o sólo de teléfonos y computadoras; salas y pantallas.
Foto: Roberto Gustavo Ramírez Wences
La oscuridad nos atrapó en la avenida Baja California. El escenario era igual por todos lados. La noche no detuvo el caminito de gente que subía y bajaba con productos.
Por primera vez mi hijo vio la luz de luna alumbrar la ciudad. Sin los focos y el alumbrado de siempre el cielo se veía azul oscuro y bellísimo. Los ruidos pararon quizás como a las 4 de la mañana del jueves.
Día 2, jueves 26 de octubre
-Vete a buscar lo que puedas comprar -le dije a mi hijo.
Estuve despierta de madrugada y no había policía ni ejército, el desamparo se sentía terrible y quienes subían y bajaban desde otras colonias lo confirmaban. No se ve en marcha el Plan DN III. A esas alturas esto seguro ya se sabía en todo el mundo, el ejercito lo sabía, la Marina, pero nadie patrullaba las calles, muy de vez en cuando se escuchaba un helicóptero a lo lejos.
El segundo día el panorama era peor, el polvo ya comenzaba a levantarse con augurios de enfermedades oculares y del tracto digestivo.
Pasaron tres horas y el hijo no regresaba, así que tomé mi carrito de mandado y bajé por la avenida a buscarle, unos vecinos me dijeron que ya venía en camino: en realidad, aunque tuviera dinero no había nada qué comprar, no había a quién comprarle.
Entré a una tienda y alcancé a ver un frasco de miel, una mermelada, una botella de cloro, desinfectante de baño.
Foto: Roberto Gustavo Ramírez Wences
Había mujeres embarazadas y con bebés en brazos buscando algo qué llevarse. Ya era cuestión de supervivencia.
Dentro del caos había cierto orden: alguien se subía a los anaqueles y desde allí aventaba el producto a quienes estaban abajo esperando lo que fuera: sardina, verdura enlatada, galleta. Una película hollywoodense no es nada comparándose con esto.
Ya no había agua potable, solo quedaban algunas cervezas, la mayoría sin alcohol. Todo un supermercado desmantelado al cual no le dejaron ni los carritos para transportar las charolas del pan recién horneado.
Tomé lo que pude y emprendí el regreso buscando al hijo, el polvo se metía por las orejas. Los cubrebocas sobrevivientes de la pandemia de COVID 19 fueron muy útiles. Nadie se quejaba del sol a plomo.
Había personas esperando que llegaran con camionetas a recogerlas y, mientras, resguardaban montones de mercancías.
El hijo y yo nos encontramos y subimos la avenida Niños Héroes. La preocupación principal era que no había suficiente agua para beber. Desde Chilpancingo, capital del estado, llegaron los primeros periodistas hacia el centro de la ciudad; el primer día fue imposible que avanzaran más allá de la entrada. Lo que se sabía de Acapulco era gracias a quienes venían y luego regresaban a la capital pues el puerto seguía sin señal de telefonía celular e internet.
El segundo día transcurrió sin presencia de ninguna fuerza de seguridad: los saqueos de tiendas y de gasolineras fueron controlados por grupos de la delincuencia organizada local. Por la noche de ese jueves en muchas colonias comenzaron a colocar barricadas en las entradas de las calles, ante los rumores de que ya habían entrado a casas a robar. Se habló de asaltos en las colonias conocidas como los Barrios históricos, en los alrededores del zócalo. Una amiga me confirmó que a su casa sí intentaron meterse.
Foto: Marisol Wences Mina
Día 3, viernes 27 de octubre
El éxodo comenzó. La gente que pudo salir de la ciudad así lo hizo. En algunas zonas altas de la ciudad ya había señal celular, sin embargo, los aparatos estaban descargados.
El Estado desapareció, no se veía autoridad resguardando lugares estratégicos como gasolineras. Este día me dediqué a limpiar, a tirar cosas, los muebles mojados, poner al sol la ropa. Hoy pensaba en descansar y en la hora que ya por fin se viera la presencia gubernamental. Los que sí llegaron fueron los trabajadores de la Comisión Federal de Electricidad. Pasaron con sus camiones especiales con canastillas. Unos dijeron que la energía sería restablecida en cuatro días, otro que, en unas dos semanas, otro solo dijo que no sabía.
Pienso seriamente en salir de la ciudad.
Foto: Marisol Wences Mina
Día 4, sábado 28 de octubre
Es la noche del 28 de octubre, día de San Judas Tadeo. Estamos a oscuras, sin agua y sin alimentos, pero sobre todo sin seguridad, el Estado nos falló. Aun así, aquí se celebra al santo de las causas difíciles, con todo y barricadas, con todo y el miedo a que se metan a las casas a cometer rapiña. Se escucha la música de viento, el chile frito como le dicen en la costa. Se le baila a San Judas, patrón de las causas difíciles. ¿Acapulco es causa difícil o caso perdido? ¿Acaso al gobierno le importamos menos que nada? De vez en cuando se ve pasar alguna ambulancia, de vez en cuando alguna patrulla, muy de vez en cuando algún camión del Ejército. Pero no se ve a ese Ejército que estamos acostumbrados cuando hay otros desastres.
– ¿Dónde está el gobierno, ¿dónde está la ayuda? -se preguntan las personas.
Aquí nadie se detiene, nadie está esperando a que vengan a resolver, pero la orfandad es tremenda. ¿Tan mal están los protocolos que no han llegado agentes del Estado al auxilio de la población? Sólo se están quedando en algunas zonas. ¿No ven cómo la gente hace largas colas para saquear las gasolineras con el peligro inminente de explosión? ¿Somos invisibles?
Esto no es nada más por donde vivo, recorrí a pie varías colonias, no hay transporte. Son las 8:50 del sábado y se escuchan golpes metálicos, como cuando las abuelas hacían sonar las cacerolas. Así se escucha en las colinas, cacerolas, ¿o acaso serán las láminas con las que se construyen las barricadas en las bocacalles?
Video: Marisol Wences Mina
Es noche de sábado, el panorama es desolador, pero a lo lejos se escuchan los cuetes y los bailes a San Judas Tadeo. Ojalá haga el milagro de que esto pase pronto. Y si no, pienso, la fiesta les hará pasar un rato ameno en medio de la tragedia a esas personas.
He caminado mucho, como nunca en mi vida de reportera en una sola jornada. Recorrí la zona poniente de la ciudad, la que lleva hacia Pie de la Cuesta. En el camino lo único que había de presencia militar era para el auxilio vial y apoyo en abrir caminos, pero de apoyo a la población con alimentos, transporte o comida, nada.
En la colonia Nueva Era no sabían nada del Plan DN-III y allí hubo muertos: el aire y el agua se llevó a una familia, el único sobreviviente que estaba en esa vivienda se aferró a un árbol y así salvó la vida con heridas en la pierna.
Los rescatistas conocidos internacionalmente como Topos estaban en el lugar en labores de rescate de cuerpos. El aire olía a muerte mientras un perro hacía la búsqueda.
Foto: Roberto Gustavo Ramírez Wences
¿Quién nos ayudará a sacarnos del lodo y de la basura?
Aquí parece que de veras cayó una bomba, y que Acapulco desapareció del mapa como si no hubiera existido.
Día 5, domingo 29 de octubre
Son las 8 de la mañana. Parece que todo estuviera mejor, se escucha que alguien está cortando con una sierra eléctrica las ramas de los árboles que cayeron en la glorieta de Niños Héroes. Hoy por fin pude llorar. Mi hijo se fue con su papá a cambiar la llanta que se ponchó ayer y por la cual tuvimos que dejar el carro en la colonia Nueva Era. Sigo preguntándome dónde están los soldados, donde está la Marina, donde está la policía. Veo pasar algunos vehículos oficiales pasar por la noche después de las 11; van con mucho sigilo: algunas camionetas llevan cosas tapadas con lonas en la parte de atrás.
Foto: Marisol Wences Mina
No he podido ver noticias, no he podido ver periódicos serios, no tengo idea de la dimensión del hecho como lo han pintado los medios de comunicación a nivel nacional e internacional. Hoy he pasado gran parte del día en la recámara de mi hijo el menor pensando en las personas con las que no he podido tener comunicación. Empieza a caerme sobre los hombros la idea de dejar todo e irnos de aquí. Ya se fueron muchos vecinos. Ayer mientras veníamos caminando de la colonia Nueva Era las colas de automóviles que quería salir de la ciudad eran enormes; la gente caminaba y caminaba y caminaba. Acapulco se está convirtiendo ahora en una ciudad vacía, llena de polvo, apocalíptica. Todo esto apesta, no solo la basura. Nos vamos.
Lunes 30 de octubre.
Despierto en Chilpancingo y acá no pasó nada. Comienzo a contestar mensajes mientras veo la conferencia presidencial donde Andrés Manuel López Obrador pone al micrófono a los secretarios de la Defensa Nacional y de Marina, a la gobernadora del estado Evelyn Salgado y a la fiscal general de Guerrero. La mandataria estatal da la cifra de 45 muertos, aunque más tarde la cifra subió a 46 y la cantidad de desaparecidos es de 47 según la Fiscalía General de Guerrero.
¿Hablan de la misma ciudad destruida de la cuál acabo de salir? ¿Hablan de la misma ciudad destrozada donde centenas de miles de personas están sufriendo por falta de agua y alimentos? ¿Esa misma ciudad donde la gente de la colonia Progreso y Hogar Moderno está poniendo barricadas en sus calles y controla quién entra y sale?
En la colonia Renacimiento sí vi instalado el comedor comunitario y los camiones del Ejército, pero hay colonias aledañas donde no ha llegado nadie.
Chilpancingo, 30 de octubre de 2023