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DAVID RAMÍREZ SANTIAGO   /

 

En el piso sin barrer, con mucho polvo disperso mezclado con migajas de galletas abrillantadas por la escarcha que cayó desde las letras de una corona fúnebre y también veo algunos pétalos.

-¿Por qué es malo barrer? -preguntó un niño travieso en su coartada, detenido por corretear en la sala.

-Porque barren el alma del difunto -dijo alguien.

Un poco de colillas en el piso, algunos vasitos apilados en los rincones con anillo de tinta de café en el fondo, las telarañas en el techo con sus insectos atrapados, una araña observando sus dominios.

El almanaque del año en la pared un poquito ladeado, el bombillo colocado provisionalmente alumbrando el patio de día, nadie lo apaga. Ahí mismo el caballero que la tarde anterior organizó una colecta entre todos los transeúntes para colaborar con la familia del finado, duerme la borrachera, mal sentado en una silla con la camisa desabotonada.

Las sábanas blancas fingiendo ser cortinas, son abiertas tímidamente, solo veo por las rendijas alguna anciana llorosa con su pelo encanecido, enclaustrada en la habitación, huele a velas.

Yo espero que pasen la bandeja para tomarme otro cafecito. Van llegando mujeres vestidas en tonalidades de grises a negro, veo flores en la mano de una de ellas. Me levanto del asiento, cedo el puesto y vuelvo afuera.

Cerca de la calle junto a un desagüe, un cortejo fúnebre con hormigas siempre vestidas de luto, llevan a una cucaracha a su sepultura.

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