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VERÓNICA CASTREJÓN ROMÁN    /

 

Acapulco, 15 de noviembre de 2016. Cuando el periodista busca temas para investigar, son muchas las fuentes de su inspiración: el tema de alguna película, alguna nota en el periódico, una imagen o hasta un recuerdo.

A Rodolfo Walsh la inspiración le vino de una frase escuchada por casualidad: “hay un fusilado que vive”.

Todo periodista que se precie de serlo, debiera leer este libro, cuyas características lo enmarcan dentro de lo que se llama el Nuevo Periodismo, corriente cuya creación se le atribuye a Truman Capote. Nada más lejos de la verdad. Fue Walsh con esta investigación sobre la impunidad y salvajismo con la que actuaban la policía y el gobierno militar de Domingo Perón en la Argentina de la década de los 50, quien es merecedor de ese título.

En Operación Masacre, Rodolfo Walsh nos da no sólo una verdadera cátedra de periodismo, sino de amor a la profesión  y de vocación de servicio.

Con un estilo claro, preciso y ágil nos ubica en la Argentina convulsionada por el enfrentamiento del gobierno militar de facto de la llamada Revolución Libertadora, contra simpatizantes de Juan Domingo Perón que había sido derrocado.

Walsh, periodista y escritor  considerado como el primero en escribir una obra de “ficción periodística”, precursora del nuevo periodismo, antes que A sangre fría, de Truman Capote, realiza una exhaustiva investigación, cuyo interés surge al escuchar, de forma casual, una frase: “Hay un fusilado que vive” .

Ése es el arranque de una indagatoria acompañada de factores que hacen de su investigación un verdadero trabajo periodístico: acuciosidad, interés, exactitud, veracidad, análisis, sensibilidad,  propósito, visión, coraje, intención, honradez, suspicacia… y hasta heroísmo.

Enseguida, parte en busca de ese hombre, el fusilado que vive,  y así es como Juan Carlos Livraga, con “el agujero en la mejilla, el agujero más grande en la garganta, la boca quebrada y los ojos opacos donde se ha quedado flotando una sombra de muerte”, lo hace lanzar su hipótesis: la supuesta inocencia de ese hombre que junto con otros 10, es llevado a fusilar sin otra causa que la de la impunidad y la injusticia.

Así, en esa aventura comprobatoria, Rodolfo Walsh pone al descubierto, revela y denuncia lo que al final considera la derrota del propósito de su investigación: El no haber logrado el castigo para los culpables del asesinato de cinco hombres y de las torturas más viles contra otros siete que lograron salvar sus vidas después de esa noche terrible en un basural de Buenos Aires.

Desde entonces y hasta el final de su historia, Rodolfo Walsh es alumbrado por una certeza que refleja su carácter: “El periodismo es libre o es una farsa, sin términos medios”, y así es como él lo vivió, pues al final de la publicación de esa y otras historia de injusticia y abusos, fue desparecido por la élite militar que nunca le perdonó el que exhibiera a sus próceres: Aramburu; el jefe de la policía, Fernández Suárez, Frondizi y muchos más que hicieron un infierno de la Argentina de la década de los 50.

Haciendo uso de la libertad de expresión, escamoteada no sólo por el gobierno militar, sino también por la autocensura de los dueños de los medios, el autor de Operación Masacre, se atreve, trabaja acuciosamente, investiga, profundiza, verifica y comprueba un hecho que quedó marcado para la historia, y aunque él considere haber fracasado en su objetivo, el no haber podido lograr castigo para los culpables, el juicio del tiempo ha sido inexorable y aplaude sus victorias.

Uno de esos triunfos es la comprobación de su hipótesis -el hilo conductor de su reportaje-: la demostración de la inocencia de Livraga, quien fue liberado al corroborarse  la injusticia de que fue objeto, y el otro: La revelación de que sin más ni más, la “Revolución Libertadora” era capaz de levantar infundios y sin una gota de rubor ni de conciencia, destruir vidas humanas.

Basado en entrevistas a víctimas y a testigos de los hechos, así como en documentos oficiales -las declaraciones de los victimarios y de las víctimas mismas-, así como en visitas a los lugares clave: prisiones y el basurero en donde se dio el fatídico suceso,  el periodista logra contextualizar los acontecimientos que cuenta con un estilo narrativo simple y ligero;  literario a veces,  que facilita la comprensión de sus hallazgos, pero que además, provoca sentimientos de simpatía para su causa: el compromiso de una profesión que, pese  a su nobleza, lo llevó a la muerte.

La decepción provocada en su ánimo porque no logró el castigo para los culpables lo llevó a preguntarse “si valía la pena, si lo que yo perseguía no era una quimera, si la sociedad en que uno vive necesita realmente enterarse de cosas como éstas”…

Y yo contesto: Sí, hacen falta hombres y mujeres-humanos, hombres  y mujeres-personas que sepan ver los ojos de los otros y que se reconozcan en ellos. Sólo así podrá ser cada vez, mejor la historia… no importan los reveses, sí, siempre hace falta el periodista.

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