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GEOVANNI MANRIQUE PASTOR   / 

Acapulco, 19 de mayo de 2023.

Despertar con la firme convicción de hacer la compra de la despensa para la semana que está por iniciar es algo poco convencional cuando la costumbre, la rutina y los prejuicios indican que son las mujeres quienes deben hacerlo; pero el mundo ha cambiado, continúa en permanente y constante transformación, porque hoy la igualdad entre ellas y nosotros, cada vez más visibilizada, promovida y extendida en distintos aspectos de la vida cotidiana, nos invita no sólo a modificar opiniones, también a cambiar hábitos, valores y conductas.

Hacer la lista de los avituallamientos no es tarea menor, como tampoco lo es definir sus cantidades; elegir, por ejemplo, entre los productos extremadamente básicos, los medianamente necesarios e incluso aquellos objetos, utensilios o artículos superfluos –que no lo son porque, como alguien lo dijo, en los pequeños detalles están las grandes cosas-. ¿Qué sí y qué no es tan necesario?¿Qué es imprescindible y qué es prescindible?¿Cuáles son las cantidades necesarias para que la inversión no se convierta en gasto?¿Le damos rienda suelta al placer o nos ceñimos a lo estrictamente necesario?¿Crédito o efectivo?¿Mercado, supermercado o mercadito de la colonia?¿Envasado o a granel?¿Quién dijo que esto era una tarea sencilla?

Planear nuestra cotidianidad más elemental, definirla a través de lo que requerimos para subsistir, es una tarea acuciosa digna de llamarse arte; el arte de subsistir, el arte de hacer de la escasez virtud, el arte de planear la cotidianidad. Incluso donde los recursos son ilimitados, donde no falta nada para tenerlo todo; incluso ahí, esa tarea elemental alguien la hace, invariablemente.

A falta de ese arte lo inevitable es el desorden, el caos, la ausencia de rumbo, la navegación al garete, la brújula sin dirección. Inminencias que encuentran su evitabilidad en la acuciosa y detallada tarea de identificar, enlistar, sistematizar proporciones y cantidades con base en los límites que establecen presupuestos y necesidades.

Y sí, esa tarea anónima siempre la ha realizado alguien; muy regularmente, casi habitualmente, ganado como una imposición, un número importante de mujeres continúa siendo la depositaria de esa confianza para, artísticamente, hacer de la escasez virtud. Tarea anónima, en tanto no hemos dado valor a todo lo que hacen las mujeres, por pequeño que parezca aunque no lo sea; tarea anónima, por cuanto no hemos otorgado el lugar que ocupan todas esas actividades que, por ser tan cotidianas, se invisibilizan, aún cuando son las que nos construyen.

La edificación de un mundo más igualitario y justo transita, obligadamente, por una deconstrucción cultural que ubique en el imaginario colectivo ideas, principios y preceptos novedosos sobre una forma diferente de convivir entre todas y todos; que desdibuje aquellos roles que la tradición –la inveterata consuetudo– definió como válidos para las sociedades del mundo, que desmantele prejuicios como los relacionados con las tareas o actividades que corresponde hacer como tarea exclusiva de las mujeres o como monopolio legítimo –ganado por la fuerza, el dominio y el poder- de los hombres.

La compra está hecha, con dificultades, con más dudas que certezas, se compró el jitomate, el chile, la cebolla, las carnes de res, cerdo, pollo y pescado; también se compraron las naranjas, los limones, las jícamas y los pepinos, las manzanas; por supuesto, el clavo, la pimienta, la canela, el azafrán. Y a pesar de los vericuetos, del ir y venir, del trajín multicolor del mercado, de sus olores diversos y universales; aún cuando mi mejor esfuerzo no cumple los buenos estándares de mi mamá, que verifica y evalúa la calidad de la compra realizada, creo firmemente que está en nuestras manos y en nuestra mente –la de mujeres y hombres de mi generación y las que vienen detrás de ella-, la oportunidad de asumir la vida de una manera diferente, más igualitaria, menos injusta, más dignificante para todas y todos.

Doctorante en Ciencia Políticas y Sociales, El Colegio de Morelos.

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