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¿Y dónde está el Estado?

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VERÓNICA CASTREJÓN ROMÁN     /

 

El problema de inseguridad al que nos enfrentamos día con día en la mayor parte del país, pero concretamente en Guerrero y particularmente en Acapulco, genera una inconformidad ciudadana que se acentúa cuando las víctimas fatales tienen tras de sí un soporte social que avala  la calidad de lo que era su vida: su probidad, pues, su calidad moral.

Y si encima, la víctima era joven, profesionista y productora de bien, al dolor de la pérdida se le suma la sensación de vulnerabilidad que alcanza a todos: comerciantes,  empresarios, médicos, maestros, abogados, arquitectos, ingenieros, periodistas, contadores, funcionarios de gobierno, políticos; y de ahí, hasta vendedores de frutas pasando por amas de casa y estudiantes.

¿Las edades? Tampoco se salva nadie, niños, jóvenes, adultos y ancianos, hombres y mujeres. Es decir, todos pues. Y es entonces que surge la pregunta, ¿es que nadie puede hacer nada en contra de ese monstruo que nos acosa a todos; ricos y pobres, profesionistas e iletrados?

¿El Estado? ¿Y de dónde saca fuerzas el Estado cuyo poder radica –se supone- en la soberanía popular? ¿En dónde está el Estado que no es capaz de conservar la integralidad de su territorio, pues fuerzas de unos y otros bandos se pelean los espacios en las siete regiones de Guerrero sin que haya poder humano que los detenga? ¿En dónde está el Estado que es incapaz de velar por la seguridad pública? ¿Y en dónde está, por último, el Estado ante la precariedad del bienestar del pueblo que se ve quebrantado por el miedo y la incertidumbre de una justicia que no llega o que solo se atisba a cuentagotas?

Hay regiones de Guerrero en los que la falta de médicos es un atentado criminal, pues la lejanía de esos lugares impide a sus habitantes trasladar a sus enfermos con la premura que el mal exige; por ejemplo, en la Montaña, las mujeres mueren de parto y los niños por piquete de alacrán porque el auxilio está lejos de sus manos. Y los médicos ya no quieren trabajar en esos lares, porque además de la pobreza y la falta de oportunidades, la inseguridad ha sentado sus reales.

Y lo mismo sucede con los maestros y maestras.

En Acapulco hace unos días amanecimos con la fatal noticia del asesinato de un joven traumatólogo que trabajaba en el Hospital Vicente Guerrero del IMSS;  dejó en la orfandad a una niñita y a una familia con la boca llena de preguntas, aún sin respuestas. Su vida, 100 por ciento fructífera,  fue segada y la exigencia de justicia del gremio médico no se hizo esperar: marchas, manifestaciones, gritos que claman justicia se sumaron a los voceríos de dolor que embargan a buena parte del México ensangrentado.

Pero su muerte temprana dejó otro hueco importante; en el Instituto Mexicano del Seguro Social en Acapulco hacen falta especialistas; hay quienes han migrado ante la endeble seguridad con la que laboran, algunos más adelantaron sus jubilaciones, y no hay que digamos, personal suficiente que quiera venir al puerto a probar suerte en un lugar en el que la nota roja se lleva las primeras planas de los periódicos diariamente.

Esa situación conlleva a otra igualmente preocupante, la sobrecarga de trabajo para los que inermes permanecen en el servicio, pese a todo.

¿Hasta cuándo? ¿Alguien ve solución posible a este entramado de maldad? ¿Llegará el día en el que todos: comerciantes,  empresarios, médicos, maestros, abogados, arquitectos, ingenieros, periodistas, contadores, funcionarios de gobierno, políticos, hasta vendedores de frutas, amas de casa y estudiantes podrán acogerse al Estado de derecho cuyas normas permitan abandonar este Estado-Naturaleza en el que predomina la ley del más fuerte?

Es por eso la pregunta: ¿Y en dónde está el Estado?

 

 

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