MARCOS PAZ GÓMEZ
Acapulco, 17 de 2021.
9:45 am, minutos más, minutos menos. El sol pega de lleno con su furia y el calor hace lo propio, se evapora todo rastro de lluvia de los recientes días, la sensación térmica es terrible.
Un adulto y su hijo vienen caminando, el joven comienza a avanzar más rápido y tensa sus brazos, sus manos, su cuerpo, su piel.
Su padre, como puede, evita que caiga de bruces y se haga daño; el muchacho termina en el piso, empieza a convulsionarse, agita sus manos tensadas con fuerza, su cara se endurece y las venas del cuello se le notan, cierra los ojos, aprieta su quijada, escupe. Su padre lo abraza de la manera que puede para evitar que se golpee en la cabeza, el sol le da de lleno a ambos, algunas personas se acercan para auxiliarlos, al padre que hace todo para evitar que su hijo se haga daño y al muchacho que debe pasar por este involuntario momento.
Comienza a calmarse, los movimientos se detienen, el padre le agarra la cara de una manera tierna a su hijo, le limpia la tierra, alguien le da una servilleta y sigue limpiando, le dice «tranquilo hijo, ya va a pasar, ya va a pasar, tranquilo, estarás bien», alguien le dice a quienes se acercaron, rodéenlos, que no les dé el sol, ¿por qué no se ha llamado a un paramédico?, pero, ¿por qué después de llamarlo no llega?, pero ¿por qué tienen que existir este tipo de padecimiento, a gente que no lo merece, que son sufrimiento involuntario?
Después de unos minutos, vuelve a repetirse el padecimiento, lo mismo, aparece una botella de alcohol y alguien ofrece una sombrilla para protegerlos del sol; se calma, llega el paramédico, su padre lo sigue abrazando y diciéndole, «tranquilo hijo, tranquilo».
El muchacho se sienta, lo atiende el paramédico, le checa los signos, le pregunta por su nombre, domicilio, edad.
Al final, a la sombra de un árbol con su padre al lado abrazándolo, el muchacho no hace más que mirarlo de una manera eterna, donde el tiempo se suspende, sus ojos enrojecidos, un poco de tierra en la mejilla, la playera mal acomodada, suelta una expresión de culpa involuntaria: «papa, perdóname, ya no quiero estar así».