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ROBERTO RAMÍREZ BRAVO   /

 

Habilidoso en el manejo de batallas efectistas, el equipo del ex gobernador Zeferino Torreblanca Galindo desplegó una campaña (en realidad campañita) principalmente en redes sociales para anunciar que “siempre sí”, el contador se va a postular por Morena para la presidencia municipal de Acapulco.

La especie interesada da cuenta de que este sábado 27 habrá una reunión en un restaurante donde se dará a conocer tal intentona. Lo que los promotores de esta historia parecen haber olvidado, realmente, es un poco de Historia.

Otras fuentes arrojan un poco de luz sobre el evento zeferinista del sábado: en realidad se trataría de un grupo de apoyo a Andrés Manuel López Obrador, nada que ver con la supuesta candidatura. Pero realmente el equipo sabe que está haciendo una jugada de la que en otros momentos probaron su efectividad. Por ejemplo, cuando en 2005 empezaron una campaña con solo esta expresión: Z005. Ese año se elegiría al gobernador de Guerrero y Torreblanca, apenas concluido su gobierno en el municipio, se aprestaba para tal aventura. Pasados 10 años, otra vez apareció la Z en relación con el año electoral, 2015, donde Torreblanca volvería a participar ahora por la alcaldía por segunda ocasión, por el PAN. En esta vez, como una década atrás, no importaba el partido, sino el personaje, por eso la propaganda se centraba en su inicial. Pero esta vez, sin la izquierda a su lado, perdió.

Hay quienes quieren explicar este hecho diciendo que el PAN en Acapulco no tiene ninguna presencia, ni tampoco se comprometió mucho en la campaña. Tal vez, pero desde 2003 siempre se dijo que era el candidato, y no ningún partido, el que ganaba cuando de Zeferino Torreblanca se trataba.

Ahora, el ex mandatario busca de nuevo la participación, pero por Morena. Con el PRD ya no puede porque él mismo cerró esa puerta, y el PAN no le funcionó. Solo la izquierda. Tampoco se necesita ser visionario para entender las razones de fondo: Morena es el único partido que está teniendo crecimiento –como en su momento lo fue el PRD a finales de los 90- y garantiza más posibilidades de triunfo que el PAN.

Esta conveniente interpretación es adoptada no solo por el pequeño grupo de operadores zeferinistas, sino por algunos perredistas que emigraron a Morena y que vivieron cobijados durante los gobiernos del contador. Ellos ven ahorita, como moneda de cambio, los 40 mil votos que obtuvo Torreblanca como candidato del PAN a la alcaldía hace casi tres años.

Pero las cosas no son tan sencillas, y la desmemoria parece ser grande. Durante el gobierno municipal de Torreblanca Galindo se gestó el distanciamiento que viviría en la gubernatura con los movimientos sociales, cuando ordenó reprimir una marcha de la Ceteg por la Costera, y el desalojo violento de perredistas en ese tiempo encabezados por Marco Antonio López García de unos terrenos del empresario Antonio Manjarrez. Cuando fue gobernador, Torreblanca ya tenía un discurso contra quienes llamó “lucradores sociales”, y no solo un discurso, sino una política que no vaciló en utilizar policías y civiles armados (taxistas, varios de ellos) para reprimir en los bienes comunales a los opositores a la presa La Parota; fue en su administración la primera represión cruenta de normalistas de Ayotzinapa, lo que casi causó una ruptura del entonces secretario de Gobierno, Armando Chavarría Barrera, con las organizaciones sociales.

Durante el zeferinato fueron asesinados no solamente Chavarría, quien era el principal aspirante de la izquierda para la gubernatura, sino varios perredistas, como el entonces presidente del PRD en Petatlán, Álvaro Rosas Martínez, en 2009; los líderes indígenas de Ayutla, Raúl Lucas Lucia y Manuel Ponce Rosas; y se gestó la nada desdeñable cifra de 10 periodistas asesinados durante su mandato. Hay que destacar que Torreblanca desató una guerra personal declarativa justamente contra luchadores sociales y contra periodistas. Aunque él no los haya mandado a asesinar, es indudable que creó un escenario propicio para los ataques, que se coronó con la impunidad.

En 2006 hubo elecciones presidenciales y Andrés Manuel López Obrador fue candidato de la izquierda. Torreblanca era gobernador. Muy cercano a Martha Sahagún y a Fox, se negó a dar una palabra de apoyo, ni en sus días de descanso, para el tabasqueño. En cambio, según denuncias publicadas por esas fechas, a través del entonces secretario de Desarrollo Rural, Armando Ríos Piter, recién llegado a Guerrero desde el PAN, donde estaba con Florencio Salazar Adame en el gobierno de Vicente Fox, sí lo hizo para el panista Felipe Calderón, no de palabras, sino con recursos. El gobernador expresó su apoyo a López Obrador hasta un día después de la elección, no antes.

Por eso dice Camilo Valenzuela que apoyar la posibilidad de que Torreblanca encabece una candidatura de izquierda es una actitud de desmemoria, o convenenciera.

Pero en el fondo, tampoco es para tanto: Torreblanca no es el personaje que fue. Los 40 mil votos de 2015, si bien pueden ser una moneda de cambio, no son nada para un personaje que fue el primer alcalde y el primer gobernador en romper la hegemonía del PRI, y que ganó la gubernatura con más de 600 mil votos. No son nada. Son, apenas, el petate del muerto, y ya se sabe, ese petate, a quiénes espanta.

 

 

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